Foto "El Norte de Castilla" |
En un punto intermedio entre la psicología y el baratillo, en un lugar que equidista de la religión y el autoservicio, podemos encontrar el término municipal de 'El Timo', un pueblo que asienta, en una de sus laderas, la imprenta en la que se editan la mayoría de esos libros a los que, con cierta condescendencia, se denomina de 'autoayuda'. En los años pasados hubo una especie de boom –espacio queda para analizar qué causas hicieron posible la proliferación de estos textos, qué carencias sociales impulsaron el fenómeno, qué vacíos existenciales se pretendieron cubrir con un sumatorio de frases tan sonoras como huecas– y muchos títulos alcanzaron la categoría de superventas. El número de autores se multiplicó, aunque ninguno alcanzó el estatus de chamán como Paulo Coellho. Bagatelas que suenan bonito, resuenan con potencia pero no dicen nada, «Un día despertarás y descubrirás que no tienes más tiempo para hacer lo que soñabas. El momento es ahora, actúa»; consejos que se venden como remedios curalotodo –y que, por tanto, no sirven para sanar nada–, «El mundo está en manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y correr el riesgo de vivir sus sueños», se utilizaban como si encerrasen las siete claves que permitirían abrir el arca en que se encierra el secreto de la felicidad. De todas estas naderías con ínfulas, una se puede considerar el epítome del paulocoelhismo: «cuando quieres realmente una cosa todo el universo conspira para ayudarte a conseguirla». Así de fácil. Lo quieres, lo deseas mucho, lo ansías con todas tus fuerzas, y el universo se pone a ello: Jupiter te hace caso, la constelación de Orión te obedece. Con un par.
No vale con querer, ni un poco, ni realmente, para que suceda eso que pretendes: en todo caso, hay que ponerse a ello. Y a veces, ni así. Lo que sí es cierto, lo que ya sabían nuestros padres, los padres de nuestros padres y así hasta el infinito sin necesidad de haberse adentrado en los libros de autoayuda, es que la convicción con la que se aborda un determinado reto influye en que este se pueda conseguir o no. Y el Granada lleva unas temporadas ofreciendo lecciones de buenhacer, del valor de creer en sus posibilidades, de conocerse sus capacidades, de abordar los desafíos con concentración y ambición, de sobreponerse a los golpes e insistir en lo que saben que funciona. Con todo ello y el poco de fortuna arbitral –amigo Coelho, no hay universo que conspire para que los árbitros no se equivoquen– remontaron en un suspiro un partido que poco antes del final tenían perdido. La diferencia fue tan simple como la que existe entre ese brazo de Fede Vico, fuerte, tenso, inconformista, convencido, indicando la dirección que le convenía y el perfil desdibujado de un Kiko Olivas cuyo brazo lene, laxo, dubitativo, entregado, apuntaba a no se sabe qué.
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