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Mal asunto cuando remitimos al Código Penal la solución de
todos los conflictos provocados por algún, vamos a llamar, exceso verbal en los
que la parte escuchante se sienta
ofendida. Mal asunto porque ni la extensión del Código Penal tendría límite, ni
en las cárceles quedaría sitio. Eso sí, reconozco que es tentador el afán de
que enchironen al que súbita e inopinadamente diga algo que golpee las
creencias más firmes de uno. Pero hasta ahí. De la misma manera que más de una
vez te quedas pensando eso de “si no me valiera más…”, y con ello se cierra el
asunto sin necesidad de reventar la cabeza de nadie.
Visto así, no entiendo que haya que proteger jurídicamente
ningún sentimiento de una posible ofensa. Otra cosa sería que alguien pusiera
algún impedimento para llevar a cabo las prácticas derivadas de ese
sentimiento. Vamos, perdón por la simplificación, que referido a Messi no puede
ser delito ‘cagarse en ese enano de mierda’, y sí romper la tele para que no
veas el partido, impedirte la entrada en el bar en el que ves el fútbol o
amenazarte por si vas al estadio. No entiendo, pues, que el actor Guillermo
Toledo sea juzgado por blasfemar. Mucho, poco, de forma más delicada o más
soez, sus palabras no deberían constituir delito alguno.
Visto así, de la misma forma, tampoco comprendo que se
pretenda ensanchar el Código Penal con nuevas tipificaciones sobre apologías. Por
pernicioso que sea lo que alguien opina, prefiero una sociedad que permita que
alguien emita una opinión nauseabunda o una alabanza excremental a que un
gobierno defina lo que considera que no se puede decir. Y por los mismos
motivos que no comprendo que se pretenda ensanchar con la apología del franquismo,
deseo que se adelgace el código retirando de él cualquier otro tipo de delito
por apología. Nunca es bueno obligar a callar, entre otras cosas porque lo que
se reprime en público, se alimenta en privado.
Aclaro: amenazas, difamaciones y ofensas directas no entran en el deseo.
Con matices, bien están articuladas como están.
Quizá, el primer paso consiste en sacarnos de la cabeza esa
majadería de que todas las opiniones son respetables. Las hay que sí, pero
otras muchas son perversas, estúpidas, insensatas… Es más, hay opiniones que no
alcanzan ni la categoría de opinión, se quedan en el triste territorio de la inane
ocurrencia o de la obtusa repetición.
Por más que moleste escuchar según qué cosas, no pasa nada.
Sirven para retratar al que las emite a oídos del que las escucha. Conviene
dejarlo ahí.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 20-02-2020
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