Lo del ingreso mínimo vital es un parche, tan solo un parche. Pero los que habitualmente nos desplazamos en bici sabemos el valor de un parche cuando pinchamos en plena noche, haciendo frío y lejos del primer sitio habitado. Lo de que ahora existen métodos alternativos que evitan esos pinchazos traidores es cierto, pero tan solo para la bici: en la vida no se ha inventado aún el líquido que impida quedarse sin aire.
Desde la altura todos parecemos hormigas, no se percibe el sufrimiento de cada uno. Subidos sobre algo, tendemos a mirar hacia abajo, nunca a más arriba. Es caro y desincentiva la voluntad de trabajar, dicen. ¿Es caro?, depende, ¿comparado con qué? Por ejemplo, con aquel rescate a los bancos se pagarían 146 millones de mensualidades, doce años de IMV para un millón de personas. La economía no son leyes sino decisiones. Decisiones que se convierten en leyes si tomarlas no depende de nosotros. Por eso es buena noticia que en nuestro entorno haya consenso. ¿Desincentiva y tal? En menor proporción que desincentiva proponer salarios de miseria a quien solo puede aceptar.
Busquemos una tercera perspectiva. De la misma manera que el
consenso (socialdemócrata) de posguerra demostró que una cesión de migajas apuntalaba
el sistema, esta propuesta supondrá una compra de tranquilidad, de seguridad
para los más pudientes. En el fondo, la medida, como todos los ‘mientras tanto’,
muestra un aspecto típicamente conservador: busca calmar la tensión, esconder
el conflicto, dar aire a la rueda para que la bici del sistema socioeconómico
pueda seguir avanzando en línea recta.
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