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Foto "El Norte de Castilla"
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Por supuesto, de haberla visto en el cine, habría apagado el
teléfono. Incluso, de normal, aun en casa, hubiera silenciado el móvil. Sin
embargo, en estos días de ocio doméstico, de horarios disparatados, disfruto
las películas a salto de mata en los ratos vacíos que me van quedando entre
labor y labor, bebo el cine a sorbos con el móvil siempre alerta por si alguien
llama, voy completando el metraje a empellones en los cuartos de hora que se
dan entre llamadas. En uno de esos ratos, me asaltó la muerte de Julio Anguita.
El sonido de un mensaje de whatsapp con la noticia se produjo mientras la
pantalla mostraba ‘Handia’, una película de Aitor Arregi y Jon Garaño que
relata las desventuras de los hermanos Martín y Joaquín Eleicegui a lo largo
del tercio central del siglo XIX. En esa convulsa época, ambos parten del
miserable caserío arrendado por su familia para recorrer Europa con el fin de
enriquecerse explotando la acromegalia de Joaquín, una enfermedad por la que
alcanzó los 2,42 metros de estatura. En realidad, esta particularidad le
deshumanizó ante los ojos de los que dejaban sus reales en la taquilla para
verle. Su rareza le alejaba de los demás que veían en él un gigante, un coloso,
un monstruo en vez de una persona como cualquier otra, con sus deseos y
anhelos, sus ilusiones y sus penas.
Han pasado casi doscientos años, pero permanecen las mismas
pulsiones. Inmediatamente después del fallecimiento del que fuera dirigente de
IU, tuve la sensación de que estábamos en las mismas. Uno es consciente de que,
con cierto sarcasmo, la fecha de la muerte se reconoce como ‘el día de
los halagos’, pero todo tiene un límite. En el caso de Anguita no me refiero
tanto al contenido de lo que sobre su trayectoria se relataba en redes y medios
como en el tono en el que se hacía. De esta manera, tanto panegírico, en vez de
realzar su figura, anulaba su trayectoria por deshumanización. Por un lado,
cosa de los tiempos, el finado deja de ser lo humano que fue para convertirse
en un icono pop presto para aparecer ‘logotizado’ en miles de inofensivas
camisetas; por otro, canonizado, pierde potencial político ya que se le
inhabilita como referente al colocarlo, inaccesible, en lo alto de un altar. En
cualquier caso, flaco favor a la memoria de un Julio Anguita que a buen seguro
preferiría que se le hiciera caso a que se le admirase como si fuera un gigante.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 20-05-2020
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