lunes, 11 de enero de 2021

AQUEL QUE DIU

Al oír su nombre, la chavalería pondrá cara de ‘de quién me estás hablando’; de los de mi generación para arriba, de ‘parece mentira que haga ya veinte años que se murió Eugenio’. Cuatro lustros ya desde que el humorista de negro, el del rictus extremadamente serio, el del cigarrillo y el ‘¿saben aquel que diu?’, ya ‘no diu res’. Antes, sin embargo, comprimiendo su filosofía en esas pildoritas de humor aparentemente absurdo, había dicho mucho. Ya entonces, nos presentó a un señor que tenía un reloj demasiado parecido al Real Valladolid de esta temporada.

Verán. El hombre en cuestión se hizo con un reloj de oro porque un vecino que necesitaba liquidez se lo vendió a precio de ganga. Al llegar a casa, orgulloso, su mujer le bajó los humos: no tenía sentido el gasto, era mucho riesgo llevar en la muñeca un objeto de tanto valor. Para evitar cualquier fatalidad a ella se le ocurrió comprar uno idéntico pero de chapa dorada y dar el cambiazo. Así las cosas, nuestro hombre acudió al trabajo y le comentó lo del reloj a una compañera. Esta entendió que le habían engañado, que era falso. Incrédulo, el Fulano para asegurarse visitó una joyería. El joyero constató la teoría de la amiga: falso de toda falsedad. Obviamente, no dijo nada en casa.

Ese fin de semana, el matrimonio acudió a una boda. La mujer, volvió a dar el cambiazo, ahora en sentido inverso. En el banquete, otro amigo se acercó a nuestro protagonista, ‘vaya peluco que te gastas, colega’. Sorprendido, el hombrín agachó un poco la cabeza reconociendo que era una pieza de vulgar bisutería. ‘Hazme caso’ -insiste el amigo-, ‘sé de esto: oro’. Así las cosas, al día siguiente, paseando, se encontró a un familiar que, no iba a ser menos, hizo mención a la apariencia del reloj. Este, en vez de afirmar, preguntó: ¿es bueno o imitación?

Y a nuestro hombre, como cualquier aficionado del Pucela tratando de entender a su equipo, no le quedó más que mostrar su desconcierto.

-        No lo sé, tiene días.

De repente uno se ilusiona con el oro de Getafe y, una semana después, se encuentra un equipo de baratillo.

Y si existe un tipo de jugador que arrastra esa contradicción, ese ser y no ser, es el de los Weissman: jugadores que engarzan brillantes si la base es de oro y se vuelven de hojalata si el equipo se ennegrece. Escrito está en semanas anteriores: lo de Weissman es la rúbrica; el texto, los diálogos, son cosa de los demás. Y el domingo, no hubo ‘los demás’.

De nuevo, apareció la maldición del Pucela, ese vivir como caminando sobre suelo helado: cuando levanta la cabeza, cuando empieza a mirar hacia arriba, pierde el pie y se va  de bruces al suelo. En estas, siempre se pone en entredicho el esfuerzo; y no, no es correr lo que hace falta, sino creer.  No es empeño, sino convicción.

Del otro, del que camina un poco por detrás lamentándose del gol encajado mientras el rival celebra, de Orellana, vamos asumiendo que no es el que fue. Bien sabemos que el tiempo en los futbolistas, a diferencia de en los metales, cambia la materia. Puede, también, que el orfebre del banquillo no le encuentre acomodo en el que pueda resplandecer.

Le vimos brillar fuera de Valladolid, nos ilusionó su fichaje, pero empezamos a pensar que en su caso, como aquel que ‘diu’, ‘tuvo días’.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-01-2021

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