De golpe, para quien de antemano no lo tuviera claro, hubo constancia de cómo funcionaba la mascarada: la democracia son los padres y los padres somos nosotros. La apariencia de libertad civil en la que vivimos a la que denominamos con ese pomposo nombre, ‘democracia’, solo es posible si actuamos como si creyéramos en ella, nos dotamos de unos usos y liturgias propios y reconocibles y actuamos en consecuencia. De lo contrario, el cuento de los Reyes Magos se nos viene abajo.
La posibilidad de vivir en un entorno de libertades civiles,
en un sistema que las respete y ampare, es posible si mantenemos la ficción
institucional. Por puro embelesamiento, habíamos asumido que en nuestro ámbito
geopolítico, en lo que eufemísticamente denominamos ‘occidente’, la democracia
era algo tan sólido y consolidado como la tradición de la noche mágica de
Reyes. Y no. El asalto al Capitolio estadounidense ha dejado patente la finura
de la piel de un sistema que necesita poco para rasgar.
Un añadido: los Reyes Magos solo llegan si los padres tienen
dinero para pagar los regalos. Si a la democracia no la sustenta una sensación
de bienestar ampliamente extendida de nada sirve limpiar y colocar el zapato la
noche del cinco de enero. La necesidad, la sensación de desamparo, generan
preguntas que son precisas y pertinentes. A partir de ahí, corremos el riesgo
de que las respuestas sean incorrectas.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-01-2021
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