Cuando lo cuento, me miran raro.
¿Cómo se te ocurren esas cosas? La verdad, no sé qué responder. O no sabía. Se
me ocurren, -decía pensando en la dificultad del reto, creyendo que del tal
apremio saldría bien una temporada, dos todo lo más-. Trece temporadas después,
más de quinientos partidos del Pucela cubiertos, asumo que mi cerebro, un ser que
va por libre, sufre -o disfruta- uno de
los síntomas del síndrome de Diógenes: es incapaz de desechar las ideas que por
él pasaron en algún momento, tanto las que merecen la pena como las estúpidas,
ridículas o sin sentido; hacina recuerdos de los que, pasado un tiempo, ni es
consciente de que permanecen acumulando polvo en alguna circunvolución perdida.
Llegado el momento, por no sé qué mecanismo, ideas y recuerdos saltan al
llamado de la urgencia. Alguno es cazado y queda plasmado en el artículo como
ardid para describir alguna circunstancia concreta de un partido de fútbol.
Esta semana, sin embargo, la
reflexión no ha tenido tiempo de coger polvo. La imagen de Sergio, el actual
entrenador y protagonista de un retazo fructífero de la historia del Pucela, con un ramo de flores homenajeando
al considerado unánimemente como el mejor en su puesto, Vicente Cantatore, nos
traslada una hermosa visión del fútbol que me apuntaba en el momento que supe
del fallecimiento de Don Vicente: “Para aquella
gente que dice que el fútbol no son más que 22 tíos en calzoncillos pegando a
una pelota, vean que es también un gran ejercicio de memoria colectiva, de
sentimiento de comunidad geográfica y emocional. Valladolid y el mundo del
fútbol están hoy más tristes. La comunidad territorial y la de la afición
compartida sienten, sentimos, colectivamente la pérdida de don Vicente
Cantatore. Formó parte de ambos mundos y se ganó el respeto en uno y en otro.
Un brindis por su memoria”. Ese ramo esconde un hilo que mantendrá a Cantatore
y Sergio ineludiblemente unidos por más tiempo que pase.
La
pena, la grandísima pena, es que el homenaje se haya tenido que realizar con el
estadio vacío y no con 25000 aficionados, y porque no caben más, calentando sus
palmas, entonando sus himnos y apuntando la escena en una memoria que sería
común porque sería de todos; en la misma memoria en que se conserva el recuerdo
de lo que vivieron en ese mismo estadio cuando don Vicente dirigía la nave. Una
aventura que pervivirá porque los que estuvieron para verla, para vivirla, la
contaron con emoción a sus hijos; porque estos, a su vez, contaran a los suyos
que ‘una vez hubo un entrenador que…’. Nada tiene sentido sin lo que hubo
antes, nada lo tendrá si ahora los vivos no seguimos vivos.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 20-01-2021
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