Cuenta la leyenda que un día cualquiera de
mil seiscientos sesenta y tantos, Isaac Newton descansaba a la sombra de
un manzano. El amodorramiento del joven
fue interrumpido por el golpe de una intempestiva manzana que cayó del
árbol. Cualquiera de nosotros, iracundo por el súbito e
indeseado despertar, hubiera lanzado la manzana todo lo lejos que el brazo le
hubiera permitido. Isaac, al contrario, la
tomó con cuidado, observó y reflexiono sobre el modo de caer de todo objeto en
perpendicular al suelo. De tal forma, el manzanazo le sirvió de inspiración
para posteriormente formular la teoría de la gravitación universal.
Pues bien, a lo largo de este curso, cualquier aficionado del
Pucela aventaja al eminente físico.
Antes de recibir el golpe de la fruta en la cabeza, fue capaz de intuir cómo
habría de ser la caída completa. Es más, con el equipo fuera de puestos de
descenso, la tendencia -hagan cuenta de la pésima relación victorias/partidos
jugados- apuntaba al epílogo que ya se puede dar por sentado. La gravitación
blanquivioleta no dejaba dudas ni antes de golpear en la cabeza.
Alguno habrá frenando este impulso, pensando para sí que el
Robledo se acelera dando por descontado un desenlace que aún anda por
desentrañar. Quia. El coma es irreversible. Solo la máquina de la cabalística
mantiene con vida. Para salir de tal estado será necesario un Pedro Regalado
que transmitiera a los jugadores su capacidad para bilocarse de forma que
multiplicaran su presencia en el campo de juego y les mostrase como amansar al
rival como él logró con un toro de lidia. Y aun así puede que no sea
suficiente.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-05-2021
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