La recurrente cita de Ramón de Campoamor ‘nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira’ pudo tener vida en ‘el mundo traidor’ del siglo XIX, pero hoy, fallecida de puro candor, yace bajo la lápida que cubre los despojos de las frases desactualizadas. En el tiempo transcurrido nos ha crecido el resabio de tal manera que, en vez de nada, todo nos resulta a la vez verdad y mentira.
Ya no es el subjetivismo, ni siquiera el relativismo, la pose que cuestiona la existencia de una verdad absoluta. Ambas corrientes entienden que los diferentes colores de la lente nos impelen a observar el mundo de maneras diversas, pero que existe el reconocimiento de la verdad como aspiración. Incluso negándola, que no es más que otra forma de asumirla.
Quizá sea mi percepción la que me engañe, pero noto que para cada vez más gente la verdad y la mentira son categorías intrascendentes, que de las palabras interesa solo su rentabilidad. Hemos escuchado en miles de ocasiones lo del peligro de las ‘fake news’, eso de que una sociedad desinformada se convierte en un lugar peligroso. Pero siempre se coloca al emisor en el foco y a los receptores como un conjunto de seres instrumentalizados. No discuto lo primero, me resulta despreciable quien teniendo el altavoz se vale arteramente de él. Sí lo segundo. No somos tan incautos, podríamos cuestionar lo que nos dicen pero, característica de una sociedad polarizada, no nos apetece, no nos interesa. Nos quedamos con falsedades, informaciones segmentadas que resaltan lo que da la razón a cada prejuicio y oculta la parte que los pone en cuestión. Las noticias ya no son noticias sino instrumentos para fulminar a un rival. Y para la autocomplacencia, al estilo de Johnny Guitar cuando pedía a Vienna ’Miénteme, dime que me has esperado todos estos años’.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-12-2021
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