Sean las clásicas ciclistas o las pruebas de fondo en atletismo, cualquier carrera de larga distancia parece monótona, una especie de trantrán insípido esperando la llegada de la última parte en la que se resuelve todo lo que estaba entre interrogantes. Pero no. En ese transitar aparentemente uniforme se producen movimientos apenas perceptibles, discretos cambios de ritmo que, si pillan descuidado o falto de fuerza a un competidor, le pueden dejar fuera de cobertura. La parte alta de la Segunda está en una de esas fases. La línea continua en la que se alineaban clasificatoriamente los equipos se empieza a romper de forma que entre unos y otros ya corre el aire. Por eso, el partido ante el Cartagena no era uno más, sino una prueba de la capacidad de respuesta tras el demarraje de los de arriba. Sin ser definitivo, el formar parte del grupo cabecero aporta tranquilidad. Si además se llega a esa situación dando a entender que no se ha alcanzado el tope de rendimiento, que queda alguna marcha más por meter para cuando el momento lo requiera, miel sobre hojuelas.
Da gusto, lo escribí tras la derrota ante el Almería, lo repito tras la victoria ante el Cartagena, que el equipo vaya a por los partidos, que porfíe tenazmente por ser dueño del juego. Y eso produce gozo pese a que a veces, por ese empeño ofensivo, se deje desguarnecida la espalda. Fue tal ese deseo que en algún momento vimos casi alineados mirando hacia adelante a los dos medios centros, los dos extremos que se metían hacia el interior y los dos laterales que ocupaban el espacio que los citados extremos dejaban libre. Aún más arriba, los dos delanteros. Claro, cualquier pérdida nos abocaba al susto. Eso sí, en paralelo se vislumbraba que podía ser un riesgo controlado porque el esfuerzo en el repliegue, de tan mayúsculo, dejaba patente que había consciencia de la posibilidad. Es como si Pacheta hubiera dicho, venga, os permito atacar como os gusta –es lo que gusta cuando se juega– si a cambio nadie se hace el remolón cuando toca volver. Nada distinto de lo que me dijo mi padre cuando le pregunté a qué hora podía volver la primera vez que salí de fiesta a Peñaranda. A la que quieras, respondió. Y añadió, pero a las siete tienes que ordeñar... y luego vamos a por 'alpacas'.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-11-2021
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