lunes, 10 de octubre de 2022

ADMITIDOS





Ha pasado tiempo suficiente para que la actualidad degluta la actualidad y ya estemos a otras cosas. Pero mi cabeza aún anda dibujando un ribete en la reflexión sobre las imágenes de los berridos entre chicos y chicas de los colegios mayores reseñados estos días. Será porque (hace ya 35 años) sufrí una pésima experiencia que aún me incomoda.

Verán, me negué a participar en actividades que como recién llegado se supone me correspondían. Ritos de integración  -decían. Lo siento, no es manera –entendía yo. A partir de ahí, las represalias. La primera, la ‘desocialización’: Los ‘veteranos’ te negaban la palabra e imponían al resto de ‘novatos’ el mismo proceder. 35 años he dicho, vaya, que la conducta reflejada no es coyuntural sino estructural.

Es un caso menor, pero indicativo del poder, de la fuerza de imposición, de la masa que explica ‘que siempre ha sido así’ e impone que así continúe bajo la amenaza de convertirte en paria. Y entras, porque cuanto mayor sea tu negativa mayor será la fuerza que te atosigue para que cumplas con los preceptos de la manada. Si te obstinas, más dura será la represalia. Será que la capacidad de adaptación darwiniana nos convierte a los humanos en dóciles sumisos que acatamos sin cuestionar las jerarquías. Así cualquier poder acota su territorio: articula la hegemonía y delinea la homogeneidad;  domina y diseña.

Estoy convencido de que no todos los que berreaban desde la ventana disfrutaban con tal ‘costumbre’. Estoy convencido de que alguna de las que escuchaba enfrente y lo justificó lo hizo con la boca pequeña. Como convencido estoy de que más de un análisis, reacción o toma de postura, estaba contaminado por el deseo de quedar bien en el entorno. Estadísticamente es imposible que a todos los protagonistas les pareciera bien. Y a casi todos los de fuera, mal. Pero así nos integramos.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-10-2022

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