lunes, 10 de octubre de 2022

VALIENTE, TEMERARIO, IMPETUOSO

Existen parejas de adjetivos de linde tan sutil que su nimia diferencia se halla tan solo en un simple matiz o, menos incluso, en la percepción del emisor de los hechos que significa. Tan difusa es la frontera que sirven más para indagar sobre dicha persona que para saber de lo que nos cuenta. Se me ocurren, por ejemplo, bueno y bobo, temperamental y exaltado, cobarde y prudente o valiente y temerario. Con este último par arrancan muchos de los debates en torno a la figura del entrenador del Pucela. Para unos, Pacheta es un técnico rebosante de valor; para otros, un insensato que desprecia el riesgo. En este sentido, dado que el resultado nunca se escribe de antemano, prefiero al que asume su protagonismo ante el que espera un error ajeno que permita satisfacer sus expectativas. En mi adjetivación Pacheta es valiente, plausiblemente valiente. Pero...
Pero el dilema concluye cuando tiene que tomar decisiones sobre la marcha. Entonces aparece un tercer calificativo que desplaza al par anterior: impetuoso. De forma similar a la de Felipe II, Pacheta manda sus naves a luchar olvidando los elementos que pudieran intervenir en el desarrollo de la contienda.

La expulsión aún en la primera mitad del bético Pezzella otorgaba una ventaja que el Valladolid no preveía. Una ventaja, porque aquello de «con 10 se juega mejor que con 11» no era más que un canto a la asunción de responsabilidades, la consciencia de que la falta multiplica la capacidad de esfuerzo de los que permanecen, una reminiscencia del fútbol sin 'bigdatas' en estos tiempos en los que cualquier minucia está requeteestudiada, donde con 10 no se juega mejor, se resiste.

Contaba, además el Pucela, con el período de descanso que habría de convertirse en tiempo de reflexión para readecuar la fórmula ante la favorable vicisitud. Entonces saltó el resorte mental: si contamos con un jugador más que el rival, tenemos la potestad de colocar otro delantero aunque sea en detrimento de la línea de creación. Y se hizo el cambio como se hacían los de antaño: un delantero más si vamos perdiendo, otro defensa al campo en caso de ponernos por delante. Pacheta regaló la ventaja numérica en la zona donde todo se genera, desde donde todo se abastece, en pos de aumentar la capacidad de finalización. De repente, el dominio que se tenía en el partido desapareció. Podías finalizar más pero no tenías qué. La ensoñación de que cuanto mayor sea el número de jugadores apostados en las inmediaciones del punto de penalti rival más cerca estará el gol estuvo a punto de tomar cuerpo. Lo estuvo, pero a favor de un Betis que, con Pellegrini pensando en modo inverso, pobló el centro para convertir el escollo de la inferioridad en anécdota. Menos mal que apareció Masip para detener el balón de Canales y convertir el lamento en resoplido de alivio.

Cabía la posibilidad de revertir el cambio –no me refiero a jugadores sino a posiciones–, pero el ímpetu 'pachetil' no lo permitió. Es más, incidió en la ensoñación. El tercer 'nueve', en esta ocasión Guardiola, reemplazó a un extremo, Plano. Con el centro del campo alicortado, los extremos sentados en el banquillo, el Valladolid se convirtió en un embudo que redirigía todo su juego a un único punto en el que sus delanteros competían entre sí por un hueco en su espacio natural como en la jugada en que Guardiola cabeceaba a portería como un 'nueve' mientras Weissman se lamentaba tras haber esperado como un 'nueve' que Guardiola le sirviese la pelota como si tuviera la visión de un 'diez'.

Volvamos a un par de minutos antes del partido. Un punto ante este Betis no era en ese momento un botín despreciable. Pudo ser más, pero no es poco.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-10-2022

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