jueves, 20 de octubre de 2022

DÉJENOS LANZAR UN CÓRNER, POR FAVOR

Discúlpenme por no ofrecerles la referencia exacta, el cierre atosiga, el tiempo apremia. Ni siquiera recuerdo si el hecho ocurrió en la realidad o se trata de un relato literario que vagamente conservo el algún vasar de mi memoria. Sucedió que un equipo dispuso en un mismo partido de cinco penaltis, acaeció que erraron los cuatro primeros. Fue tal la ofuscación del equipo beneficiado – visto lo visto quedaba en entredicho el beneficio– que, en cuanto señalaron el quinto, el capitán se acercó al árbitro y le solicitó, por favor, por favor, por favor, que les permitiese ejecutar un córner en lugar del lanzamiento franco desde los metros.
Pues bien, si un alienígena hubiera visto este Pucela-Celta y a continuación escuchara lo que les acabo de contar, no comprendería que nadie se riese por la ocurrencia, juzgaría como lógica y sensata la petición de aquel capitán. Números cantan. Tres veces se ejecutó un lanzamiento de lo que se denomina ´máximo castigo', tres veces se malogró la ocasión, las tres –una Marchesín, dos Masip– por intervenciones de los porteros. Añadamos que el propio Masip había atajado el otro que le habían lanzado esta temporada. Por contra, en dos córneres y en una falta lateral se escribió el prólogo de los tres primeros goles del partido. Nuestro alienígena empirista no albergaría dudas al respecto de qué suerte es más o menos fructífera de cara a alterar el marcador. Un análisis algo más profundo le generaría un estado de vacilación: esas tres jugadas fueron puestas en marcha por el Real Valladolid y, sin embargo, una de ellas concluyó en celebración del equipo rival. Su interlocutor tendría que aclararle que en el manual de un argentino apellidado Bilardo, uno de los entrenadores –de jugador ya debía de ser igual, pero de ello han pasado muchos años– más turbios del fútbol, se acuñaba una frase que lo explicaba: «córner bien tirado es gol; córner mal tirado es gol, pero en el arco contrario».

Más allá de la rareza estadística de los penaltis fallados, cabe remarcar, aunque solo sea porque se ha demostrado una vez más, que las jugadas a balón parado han cobrado una importancia capital. Al final, el hiperestudio de los rivales no puede prever lo imprevisible y esto es más factible en las situaciones de amontonamiento en un área que en el trantrán del juego fluido. Las aglomeraciones ante un golpeo inminente ofrecen rechaces casuales como el que ha desviado el disparo de Mesa despistando a su portero y llevando el balón a la red, desubicaciones defensivas como la que ha permitido a Joaquín –a ver si encima sirve como un chute de confianza– acudir contundente al espacio libre para machacar la portería. Y también, como reverso de la moneda, dejan mucho espacio en el campo propio del ejecutor, genera considerable nerviosismo en los jugadores por tener que acudir raudos a detener la contra en un campo abierto donde ningún compañero está situado en su posición natural. Así llegó el gol céltico. En el espasmódico repliegue, a Mesa le pudieron las ganas de ir a frenar al poseedor del balón y dejó una parcela a su espalda. Un simple pase propició que dos atacantes no tuvieran más obstáculo que un único defensor.

Con la segunda ventaja, el Celta, un equipo del que siempre percibo más calidad que cuajo, se desmoronó. Algo de mérito apuntamos al Pucela, en la propuesta pachetil de no cejar de buscar otro gol por más ventaja de que se disponga. Esta vez, a más, a más, los que salieron de la banqueta se dejaron notar. Cuentan con la ventaja pulmonar, salen frescos para eso, para que su presencia aporte. Y vaya si nos dimos cuenta de la presencia de Plata y, sobre todo, de Plano y León. Uno bordó, otro apuntilló.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 20-10-2022

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