La persona que componga el próximo himno del Pucela no debería eludir una referencia a la inexorable angustia, al forzoso padecimiento, que el equipo obliga a una afición que asume su condición como una peculiaridad congénita. Si el encargo de renovación musical se retrasa, cabría añadir a modo de apostilla una estrofa que lo reseñara. Al fin y al cabo, la palabra 'sufrir' rima en asonante con 'Valladolid', circunstancia que allana sobradamente el empeño. Ni adelantándose por dos a cero. Entonces aparecerá un despiste propio que propiciará el recorte de la diferencia. Ni faltando dedos en las manos para contar los remates con marchamo de gol. Ese día el portero rival elevará sus prestaciones –lo de Edgar Badía, de habitual buen cancerbero, entra en el registro de lo sobrenatural– para mantener la zozobra en la grada. Ni jugando bien, ni mal, ni atacando más, ni atrincherándose a retaguardia... No parece haber manera de comer el bocadillo sin añusgarse. Serán de tortilla idiosincrásica.
En cualquier caso, que esta ansiedad final no se asiente como imagen del partido, ni de la trayectoria de la temporada. Ante el Elche, a falta del sello en San Mamés, el Pucela rubricó un gran primer tramo en esta singular temporada. Y eso a pesar de transitar con lastres mal que bien esperados. Si el parón permite recuperar, ensamblar y ajustar estas piezas, no cabe temor a lo que el futuro depare.
Pero por ello cabe precisamente valorar lo que sí se ha dispuesto. Nombres, algunos, puestos demasiado pronto en entredicho. Plano, desde el bajón que atravesaba, ha ido creciendo y ahora se ensancha, juegue de lo que juegue, aporta desde media docena de posiciones. Plata es como un adolescente díscolo. Por momentos te lo comerías, por momentos te arrepientes de no habértelo comido. Yerra, elige la peor opción, desespera. Si está aquí es precisamente por ello porque su potencial es desmesurado. Cada intento que completa tiene valor de gol. En cuanto adquiera regularidad, deje de sacarnos de quicio, se irá. Ley del fútbol. YJoaquín, mi tocayo, mariscal por fin. Tocó fondo. Hubo partidos en los que mostró un nivel impropio de la categoría. Impropio y sorprendente, porque le habíamos visto batirse y salir triunfante ante retos de envergadura. Olvidar es imposible para el que sabe. Era cuestión de armonizar cabeza y cuerpo, de recobrar la confianza perdida. Ha vuelto. Que sea para quedarse. Todo ello queda anotado en el haber de Pacheta. Dirigir es, también, apostar, fiarse de su criterio para decidir. En vez de relegar a los citados cuando caían chuzos de punta, ha optado por resguardar, arrullar y afianzar. Y ha salido oro. Eso sí, como ni el mejor alquimista siempre lo logra, queda ración en el debe. Seguramente más, pero por esperanzas depositadas, por haberlos ya saboreado, se echan en falta a dos. De Iván Sánchez no sabemos si le ha sobrepasado la categoría o no ha alcanzado un óptimo estado de forma. Hace jugaditas, de calidad anda sobrado, pero se muestra evanescente. Weissman, además, duele. Su rostro apagado, su mirada perdida, denota que no está. Que sea por lo que sea lo que sea se solucione. Por él, primero; por el Pucela, después.
He apuntado nombres porque Pacheta refuerza su liderazgo induciendo la participación de todos. Una decisión con pros –un buen número de jugadores estará implicado– y contras –no siempre jugará el que mejor está–, alabada o criticada en función del resultado, así somos. En cualquier caso, por una vez, el sufrimiento acaba con el partido. El parón del mundial será blanquivioletamente tranquilo. Lo que no quiere decir que se pueda salir en Bilbao como se hizo en Pamplona. No urge, pero...
Publicado en "El Norte de Castilla" el 06-11-2022
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