La de Oviedo quizá haya dolido más porque la tabla en la que surfea el Pucela cabalgaba sobre una ola de optimismo. Por eso mismo, también quizá, bien pensado sea menos dolorosa. Al fin, esto es una competición y si se contrastan los dos, tres, cuatro… últimos resultados de los aspirantes, observamos que, pese al parón, la velocidad pucelana es adecuada.
Dado que en fútbol lo que se impone, lo que la retina
guarda, es el último partido, este deja como resquemor una sarta de dudas: esos
‘y si’ concatenados. Nos queda que Pacheta no tuvo su día. La expulsión de
Carnero no solo rompió el plan inicial previsto, dejó a las claras que no había
otro. Con diez, no hubo más recurso que acularse y esperar. La impericia del
Oviedo era la única esperanza. Con uno menos, pintaba a partido de rompe y
rasga, de aguantar con oficio, físico y conocimiento de las situaciones por
haberlas entrenado. Pero no hubo nada salvo miedo en los ojos. En el descanso,
los carbayones fueron conscientes de que enfrente tenían un castillo de naipes
y supieron que había que soplar con fuerza.
Con los años, uno ha llegado a la conclusión de que salvo un
puñado de ellos, inaccesibles para la economía blanquivioleta, ningún
entrenador se maneja a la vez en lo general y en lo concreto. Al que sabe
dirigir un barco, le cuesta esquivar un iceberg; al que se maneja en la
adversidad, le cuesta horrores mantener la tensión del día a día en las largas
travesías. Pacheta es de los primeros. Va recibiendo golpes que no termina de
esquivar, pero mantiene la proa mirando a buen puerto. Al menos hasta ahora.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-03-2022
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