lunes, 14 de marzo de 2022

CADA ICEBERG NOS DEJA TEMBLANDO

En cuatro de las siete derrotas en Liga de esta temporada, el Valladolid ha recibido tres goles; en otra, cuatro. Vaya, que cuando el equipo cae, lo hace con estrépito. No puede ser casualidad, la imagen que se transmite es la de un equipo que camina brioso haciendo alarde de gallardía y donaire cuando la tarde se abre plácida y el camino, recién arreglado, discurre plano, seco, sin roderas de tractor. Cuando no, si relampaguea o caen chuzos de punto, si transita por un pedregal encharcado, el equipo, por no ponerse en pie, no hace ni sombra. Su mérito, eso sí, consiste en haber convertido peñascales en sencillas vías de concentración, en haber trocado mañanas de niebla en tardes de paseo. De hecho, por muy estruendosas que fueran, son solo siete las derrotas.

La de Oviedo quizá haya dolido más porque la tabla en la que surfea el Pucela cabalgaba sobre una ola de optimismo. Por eso mismo, también quizá, bien pensado sea menos dolorosa. Al fin, esto es una competición y si se contrastan los dos, tres, cuatro… últimos resultados de los aspirantes, observamos que, pese al parón, la velocidad pucelana es adecuada.

Dado que en fútbol lo que se impone, lo que la retina guarda, es el último partido, este deja como resquemor una sarta de dudas: esos ‘y si’ concatenados. Nos queda que Pacheta no tuvo su día. La expulsión de Carnero no solo rompió el plan inicial previsto, dejó a las claras que no había otro. Con diez, no hubo más recurso que acularse y esperar. La impericia del Oviedo era la única esperanza. Con uno menos, pintaba a partido de rompe y rasga, de aguantar con oficio, físico y conocimiento de las situaciones por haberlas entrenado. Pero no hubo nada salvo miedo en los ojos. En el descanso, los carbayones fueron conscientes de que enfrente tenían un castillo de naipes y supieron que había que soplar con fuerza.

Con los años, uno ha llegado a la conclusión de que salvo un puñado de ellos, inaccesibles para la economía blanquivioleta, ningún entrenador se maneja a la vez en lo general y en lo concreto. Al que sabe dirigir un barco, le cuesta esquivar un iceberg; al que se maneja en la adversidad, le cuesta horrores mantener la tensión del día a día en las largas travesías. Pacheta es de los primeros. Va recibiendo golpes que no termina de esquivar, pero mantiene la proa mirando a buen puerto. Al menos hasta ahora.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-03-2022

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