domingo, 16 de abril de 2023

CARTAS MARRUECAS DE LA PLANA BAJA

Bien habría deseado José Cadalso que la misma suerte que «quiso que, por muerte de un conocido mío, cayese en mis manos un manuscrito» hubiera contribuido a la remisión desde el futuro de relatos epistolares en los que el bisoño Gazel narrase –con orgullo al anciano Ben-Beley, con apostura a su amigo Nuño Núñez– los dos episodios 'golísticos' del Pucela en tierras de la Plana Baja para, al modo del tiempo de descuento, disponerlos al final de las noventa 'Cartas Marruecas' reglamentarias. No pudo ser, el futuro es así de ingrato, nunca aparece cuando se le requiere. Cadalso se quedó sin epístolas para publicar; Gazel, sin escribir las epopeyas, en un deporte aún por inventar en su presente de la segunda mitad del siglo XVIII, protagonizadas en los epílogos del XXI por sus paisanos Selim Amallah y Jawad El Yamiq; Nuño y Ben-Beley, sin disfrutar de tan deseadas lecturas. Y es que, obviando el natural optimismo futbolero, los pucelanos arramblaron tres puntos porcelanosos, donde y cuando menos se podía augurar, por ventura de dos goles con remites marroquíes. El primero nos levantó de la silla cuando aún no habíamos acomodado el culo en el asiento, mientras compartíamos con colegas nuestro parecer acerca de la alineación, debatíamos sobre la pertinencia de los cambios, tratábamos de apuntar el influjo del nuevo entrenador y especulábamos alrededor de la disposición del once inicial. 
No hubo tiempo pues para obtener respuesta. Con el gol de Amallah, el partido previsto no existió, de sopetón se cambiaron las preguntas. El foco, solo por haber anotado, ya le apuntaría, pero, ansioso por su escaso bagaje, con ganas de reivindicarse, de demostrar su nivel, reclamó más luz. El partido de Amallah, belga del día a día, marroquí de la diáspora, presagia un potencial superior al esperado, induce a lamentar sus obligadas ausencias, asegura –todo lo que en fútbol cabe asegurar– la presencia en plantilla de un jugador de talla superior. Vislumbrando muy lejos el final, temiendo –por conocido el potencial amarillo– las acometidas rivales, nadie cantaba victoria. MaSip, con la 'S' bien grande dibujada en su pecho, detuvo las primeras acometidas, una con la punta de los dedos de esas que preñan a la grada con un 'ohhhh' de admiración o lamento. Masip, omega y alfa, conclusión y preámbulo, evitó lo que pudo ser y dio pie a lo que en realidad ocurrió. El Yamiq, impulsado como el resto de los centrales por los deseos de su entrenador, batió líneas. Sin la claridad de los jugadores de vanguardia, agachó la cabeza; con su osadía y coraje, sabiendo cubierta su espalda, avanzó conduciendo el balón como si este fuera un conejo esquivando trampas; con la naturalidad de quien desconoce que le observan pasmados, cortó la segunda muesca. En otra arrancada, El Yamiq, ruido y furia, intersección del entusiasmo, el optimismo y el desatino temerario, autodefinió al jugador que ya conocemos: en un par de segundos, intentó dos 'bicicletas', empujó a un rival y lanzó un mamporro al viento. Excesivo en lo bueno –su gran Mundial se debe a la adecuación de su exuberante físico a un bloque defensivo que encubría sus desvaríos–, y lo malo –en su periplo pucelano, sin nadie en la retaguardia, su inconsistencia tiene de vez en cuando un alto precio–. Vuelta a casa. Las cosas pueden salir bien o mal en función de mil coyunturas. Ningún entrenador, ningún cambio táctico, asegura un gol en el minuto uno. Ninguno, los paradones del portero, el fallo de Chukwueze a puerta vacía. Si uno hubiera entrado, hablaríamos del error de sentar a Javi Sánchez... Las trayectorias se analizan pasado algo de tiempo. Una prueba solo aporta valor si se repite un número suficiente de veces. La mano de Pezzolano fue un poco la de Masip. Su carta de bienvenida ha sido marrueca.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 15-04-2023

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