Semanas más tarde, en medio de la consternación por asistir a una nueva guerra en suelo europeo, por asumir que los nunca de ‘nunca más lo que sea’ son ‘nuncas’ efímeros, se celebró el Festival de Eurovisión. En los plebiscitos populares (supuestamente para elegir la mejor canción), al unísono, como si de recitar una consigna se tratara, se repetía incesantemente el nombre de Ucrania. Por supuesto, ganó. Mi cabeza entendió que la ciudadanía europea representada por esos votantes había asimilado como propios los deseos de los poderes gobernantes, repartió la solidaridad como le dijeron.
Últimamente, escucho un dilema, ¿gozamos ahora de más o
menos libertad que hace 30/40 años? Freno. Me rasco la cabeza. Hay mil
definiciones de libertad, mil maneras de entenderla no siempre compatibles.
Pero yendo por donde creo que va la pregunta, legalmente existe hoy mucha más,
pero no tengo claro que sepamos disfrutarla. Tenemos más instrumentos pero
somos más dóciles.
Antaño, perdiendo, creímos que íbamos a ganar. Sin haberla
sobre el papel, se ejerció hasta que la hubo. Ahora que la hay, nos la
restringimos nosotros solitos. Al poder, para dominar, le vale con insuflar
miedo, con extender el autocontrol social que atosiga al que se sale de la
manada. Pareciera que somos nosotros mismos los que nos la quitamos. Si
queremos ser libres, toca ejercer.
Presumimos de sociedad libre pero, ¿lo somos o nos lo
creemos? Tal vez no lo somos porque no sabemos cómo serlo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 11-04-2023
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