De un tiempo a esta parte –tal vez el asunto lleve años asentado y no me había percatado– encuentro en el supermercado, compartiendo estante con las históricas cajas de docena, huevos empaquetados en envases de diez. Será, me malicio, una treta –en realidad, una forma de autoengaño– para aparentar una reducción de precio o encubrir la carestía. Será, entro en modo aritmético, un intento de adecuación al imperante sistema decimal. Me lo niego, el 'doce' resistirá como referente contable, siquiera sea para referirnos a pasteles, cervezas o huevos, porque admite el reparto en partidas de dos, tres, cuatro... o seis, tan es así que hasta hemos anclado en nuestro cerebro el concepto 'media docena'.
Media docena de victorias consecutivas se fijaban en el horizonte pucelano, el intento, sin embargo, se desbarató, eso sí, dejando una embocadura agridulce. La derrota suma derrota, los puntos se malograron irreversiblemente, la tinta del fútbol no se tapa con 'tipex', olvidémonos del VAR que, en todo caso, raspa la tinta aún húmeda. Agrio. Acritud (levemente) mitigada por el dulzor de un juego que, sin fascinar, no desmereció al desplegado por el Espanyol, un equipo despeñado a la par hacia la Segunda cuyo arranque en esta travesía había impuesto un ritmo que dejó al Pucela en evidencia. Ya llueve menos, entiéndanme, me sirvo de una frase hecha. Amargor (levemente) atemperado por el doble afianzamiento de Sylla: en el equipo ha encajado habiendo reducido a la nada el periodo de adaptación, en la afición ha volteado el desencanto que produjo la noticia de su fichaje. Me incluyo. Más allá de su catálogo de equipos, apenas tenía referencia del jugador. Todo lo más, algún gol visto de soslayo en los resúmenes de televisión. Me ha ganado para su causa. Conoce el oficio al dedillo. Todo su quehacer aporta sentido al juego, cada intervención ofrece una solución, cada decisión se demuestra idónea. Luego, insisto, por lo visto aquí, no se le puede calificar de dechado técnico, no ejecuta con la finura con la que decide, pero, vaya, hay jugador.
Acidez (levemente) moderada –o intensamente multiplicada– al constatar que el dictado del marcador se conformó a resultas de la concatenación de errores no forzados (que dirían en el tenis) adornados con la guinda del despeje intempestivo de Escudero en el segundo gol y la incomprensible acción de John Víctor en el primero. Primero y más trascendente porque el Valladolid estuvo desde entonces condenado a arrastrar el peso de la desventaja, a soltar amarras, a descubrirse. La secuencia de aciertos y errores condena a JV, primero porque estos se ven más, perduran más tiempo en la memoria; segundo, porque invalidan el provecho de los primeros. La agitada carrera del técnico rival, Luis García, para abrazar a Pacheco, su portero, en cuanto el árbitro señaló el final corrobora las tres vetas de optimismo apuntadas: un buen Pucela le tenía en vilo, Pacheco pudo detener a Sylla y el duelo portero-portero decantó el partido. Empezamos de nuevo la cuenta. A por la media docena. Bueno, con cinco también nos conformamos. Y con cuatro...
Publicado en "El Norte de Castilla" el 15-10-2023
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