Los portadores del plan vislumbran el dolor; se acercan sigilosamente, escuchan el dolor; acarician con palabras hueras, se apropian del dolor; estimulan con esperanzas paradisíacas, aprovechan el dolor; empujan al vacío, explotan el dolor. Y dolor, más dolor, hijo del dolor, padre del nuevo dolor.
Y surgen las perezosas sinécdoques; quizá, el principal
éxito del poder israelí, del omnímodo sustento que le nutre, consiste en apodar
a Hamás ‘los palestinos’. También existe un viceversa, cientos de israelíes que
claman por el fin de una espiral que siempre encuentra una justificación para
una nueva vuelta. Una vergüenza, Gaza, un campo de concentración de 2.000.000
millones de personas, bombardeos recurrentes, cortes de electricidad, ausencia
de agua, 9 de cada 10 niños sufren traumas. Silencio. Una vergüenza que no
justifica una barbarie criminal como la perpetrada el sábado pasado. Una
barbarie criminal que no justifica la conminación de una guerra total, del
culmen de un deseo que anda refocilándose en más de un lugar.
No aporto soluciones, no las tengo, es tal la complejidad
del conflicto que se me escapan. Cunde el pesimismo, la deriva no muestra
desenlaces basados en acuerdos, en reconocimientos, en pasos atrás que permitan
caminar hacia delante, en las primeras luces de un día de paz. Habrá que
insistir, aunque cueste: a esa hermosa mañana ‘habrá que forzarla para que
pueda ser’. Aunque tarde y ‘ni tú ni yo ni el otro la lleguemos a ver’.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-10-2023
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