Los ‘progresos’, claro, no se limitan a ámbitos relacionados con la tecnología, también, por supuesto, desarrollan tácticas, modifican estrategias, exploran el miedo. Una consecuencia: el cambio en los conflictos bélicos de la proporción entre víctimas mortales civiles y militares. De seguir por este camino, estaríamos a nada de que el mejor remedio para salvar la vida en una guerra fuera convertirse en soldado. Si la imagen que asociamos a la Primera Guerra Mundial, la que nos ofreció Stanley Kubrick en ‘Senderos de Gloria’, muestra el conflicto entre tropa -que siempre pierde- y oficialidad –empeñada en conservar sus privilegios, en llenar el pecho de chapas- ; la de la Segunda presenta los campos de exterminio y las bombas atómicas; en las sucesivas nos inundan los retratos de civiles huyendo o que ni siquiera tuvieron tiempo de huir.
En las guerras, se afirma con razón, la primera víctima es la verdad. Inmediatamente después, caen los blancos más sencillos. Y jugando por detrás, una industria, la armamentística, sacudiendo los avisperos para poner su mercancía en circulación. Que no les conviene mantener los almacenes saturados. Así, ni se obtiene beneficio, ni se dominan los territorios. A por la siguiente.
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