Escribí
la semana pasada que los duelos entre selecciones nacionales afirmaban al
troglodita que llevamos dentro. La tesis se amplía. En algunos enfrentamientos
entre clubes el virus también afecta. Reafirmamos el “valor” de nuestro lugar
de origen y lo trasladamos a una pista despreciando al rival deportivo y a sus
seguidores como representantes de otro “valor” que, al no ser el nuestro,
consideramos inferior. Las banderas de cualquier territorio, izadas con frenesí
por aficionados que confunden el culo con las témporas, desentonan en un
ambiente que debiera ser festivo. En este marco sólo se puede calificar como
estúpido el comportamiento de unos cuantos obtusos aficionados que, por ser de
León, se hinchan de fervor vejando a lo que huela a Valladolid.
Pero
lo que es simplemente estúpido se trueca en alarmantemente estúpido cuando
quien se deja precipitar por esa corriente de odio tribal es, precisamente, la
persona que debe realizar una labor pedagógica y, así, evitar males mayores. Lo
que, el alcalde, debió haber dicho, en un arranque de autocrítica, fue “León
(Javier) es un paleto”. Yo añadiría peligroso.
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