Afahin Chiddi está
tumbado sobre una colchoneta en un calabozo. No hace aún dos horas caminaba de
vuelta a casa tras finalizar otra interminable jornada laboral. Como todos los
días desde hace 10 meses. Pero hoy, tras ver como se acercaba un policía, se
abrigó con una sensación de desasosiego y empezó a correr. Una llamada del
policía a la central y al minuto varios coches patrulla siguieron su rastro
hasta que le detuvieron.
Sobre la colchoneta
llora. Ya no podrá enviar a su madre el dinero que arranca de sus 400 euros de
sueldo. Llora y se le agolpan las emociones en forma de recuerdos. Aquel primer
día en que su padre le dejó al cargo del rebaño de cabras y ayudó a un
cabritillo a nacer, aquel día que fue con su hermano mayor a la ciudad de
Imzurem enorme para él que sólo conocía su aldea y cada trocha en las montañas,
aquel día que conoció a aquella chiquilla de ojos negros. Aquel día en que la
tierra se estremeció y se tragó todas las casas de su aldea y bajo la suya
quedó para siempre la alegría de su hermana. Ese día maldijo a Alá, el miedo se
convirtió primero en dolor y después en ira. Pasaron unas semanas, sin futuro y
odiando al suelo que cubre a su padre y a la niña, decidió huir al norte. Tomó
el hatillo, vendió sus cabras y supo a quién tenía que dirigirse para
embarcarse en una patera que le arrojó a la costa y de allí a buscarse la vida.
Hablaba un más que
correcto castellano y no le fue difícil encontrar trabajo. Sin papeles estaba a
merced de quien le contratase, nada podía exigir y tuvo que aceptar lo que le
dieron: doce horas, seis días por semana, cuatrocientos euros de salario.
Ya ni eso, hoy es
carne de deportación, le trasladarán de nuevo a su aldea. Pero sabe que lo
volverá a intentar. ¿Qué otra cosa puede hacer? Ha soportado humillaciones e
insultos, ha sobrevivido con lo mínimo viviendo con otros siete hombres en la
misma casa, no ha vuelto a ver a aquella muchacha. Pero es consciente de que no
puede volver atrás aunque le obliguen. Llora con la rabia de la que extraerá la fuerza para volver.
Llora pero sabe que sólo es una interrupción en su destino. Llora y levanta la mirada. En la misma celda hay otro hombre más oscuro todavía. Con lágrimas en los ojos le cuenta su historia, de dónde vino, cómo tembló la tierra bajo sus pies, cómo le detuvieron. Cuando Afahin calla su compañero se arranca. Me llamo Laurent y vine de Haití.
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