La esencia de una sociedad es el
conflicto. Bien encauzado supone un paso adelante, una oportunidad. Pero
a veces se encanalla hasta ajar el tejido social. Existe un mojón en el
camino a partir del cual es tarde para aplicar ensalmos o pretender
sanar con gasitas de algodón.
En el País Vasco subsiste un conflicto
enquistado cuya metástasis llega a cualquier rincón de España, un
conflicto que ensarta el pasado y el fututo rasgando cualquier atisbo de
normalidad social, cultural o política. ETA, en este contexto, es sólo
la punta negra de un iceberg. Pasear por las calles de las ciudades
vascas o dedicar unos minutos del verano a hablar con gentes de esa
generación, la mía, que ha nacido allí pero vuelven puntuales a nuestros
pueblos, los de sus padres, no deja lugar a la duda.
ETA es un residuo del franquismo, una
banda que pretende imponer su visión del mundo a punta de coche bomba.
Un anacronismo sin valor futuro pero capaz de deteriorar el presente. El
final de su anacrónica violencia es el paso previo para abordar las
demás contradicciones, para que el conflicto deje de ser tal. Pero el
remedio no es sólo el fin de la violencia etarra.
Anteayer
cientos de miles de personas se manifestaron por las calles de Madrid
convocados por la Asociación de Víctimas del Terrorismo con el empeño de
defenestrar la resolución del Parlamento por todos conocida.
Entiendo, desde el dolor de quien lo ha
perdido todo, su afán. Comprendo que como dolientes principales
necesiten una reparación y centren su empeño vital en ello. Quien ha
sufrido el rigor de la violencia debe ser un soporte ético pero nunca se
puede arrogar el privilegio de ser un colectivo decisorio en exclusiva
de las políticas ni ser ejecutor del derecho. El uso perverso del poder
empático de las víctimas va preñado de una malicia irresponsable.
La macabra trayectoria de ETA es el
deyección de un conflicto. Pero tras el eco de los disparos olvidar su
respaldo social, criminalizar a todos los que sin violencia aspiran a lo
mismo, desoír el magma que mana bajo nuestros pies, puede lastrar los
días venideros.
Con la violencia de ETA hemos de acabar, sus planteamientos políticos sólo pueden refutarse con argumentos de mayor peso.
Los
conflictos que brotan de enfrentamientos nacionalistas son de largo
recorrido, o se trabaja en pos de una solución o pudren las carnes como
una larva que va creciendo y brota de sopetón estallando en la cara. Las
soluciones manu militari demoran pero no curan. Tito mantuvo
aparentemente acallados los ecos nacionalistas en Yugoslavia medio
siglo. El resto de la historia ya la conocemos.
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