Se tuvo que hacer un nombre como actor en la
vecina Francia. De hecho, apenas tuvimos noticias de Sergi López hasta
bien superada la treintena cuando llegó a las pantallas españolas una
película que, previamente, había seducido a millones de espectadores
allende los Pirineos: 'Harry, un amigo que os quiere'.
Sergi López muestra su valía interpretativa dando
vida a este complejo personaje, es capaz de impregnar de grises la
personalidad de Harry, un hombre candoroso, simpático y bonachón y a la
vez inquietante; un tipo que puede ser cercano y distante en el mismo
fotograma. Harry irrumpe de sopetón en la vida de Claire y Michael. En
los años de instituto fue compañero de este último, uno de esos que
apenas perduran en algún recoveco de su memoria. Pero el sentimiento del
protagonista es otro bien distinto, Harry admira con devoción a
Michael. Para él, cada instante que pasaron juntos está anclado en sus
mejores recuerdos.
Claire y Michael no pasan por su mejor momento como
pareja, ven cómo su relación y sus vidas se van deteriorando. Pero ahí
está Harry para poner remedio. Hijo de un millonario, creció sin
responsabilidad alguna. Es lo que podríamos llamar un niñato con gracia:
un ser petulante y caprichoso cuya única guía vital es responder a sus
impulsos más primarios, un individuo en el que no existe ningún
sentimiento de culpa. Nada se interpone a sus deseos, quiere lo que
quiere y lo quiere ya. Su sonrisa es simplemente una máscara con la que
se siente a gusto porque sería incapaz de reconocerse de otra forma. Con
el mismo aire de quienes siempre creen que tienen la razón, busca la
solución más simple a los problemas más complejos.
La pareja desquiciada encuentra un alivio en la
presencia de Harry. Inicialmente, porque a los pocos días comprueban que
cada pequeñez que soluciona acarrea más problemas y, sobre todo,
mayores. Los deseos que Michael tiene, pero que nunca querría que se
cumplieran, esas maldades que el subconsciente nos impone de vez en
cuando, se convierten en órdenes para Harry. Si en un momento se queja
de sus padres, Harry toma nota y ejecuta sin matices sin matices.
Inicialmente podremos sentirnos satisfechos, tenemos
tres puntos más. Un amigo ha llegado para ayudarnos. Sonríe y pone cara
de niño bueno, de alumno aplicado. Ha caído en gracia y así lo ha puesto
de manifiesto buena parte de la afición cuando este amigo ha vuelto a
pisar, más de un año después, el césped de Zorrilla. A diferencia de la
película, somos nosotros los que llevamos hasta el paroxismo el cariño
hacia el jugador y él, al contrario, nunca ha mostrado merecerse ese
afecto. A mí, la ovación que ha recibido, me ha descolocado. Sigo sin
entender los porqués, si es por sus gracietas, por sus saltos, por sus
demagógicas carreras o por aquellas campañas de abonados realizadas con
monólogos de Leo Harlem (lo digo aprovechando que está con sus cosas de
la SEMINCI y no tendrá tiempo para leerme). No lo entendí entonces y
mucho menos ahora. Algo debe haber y espero respuestas porque yo no las
tengo.
La primera época, los años de instituto, acabó con el
Pucela en Segunda División y con Manucho en Turquía. Allí también quiso
poner soluciones, no sé si tras prometer también treinta goles, que
nunca llegaron. Supimos que volvía a la ciudad pero nunca tuvimos claro
que lo hacía para irrumpir en la vida del Real Valladolid. Pero así ha
sido, andaba desquiciado el Pucela. Víctima de una crisis existencial,
se estaba preguntando por el sentido de su vida y, cuando más deprimido
parecía, apareció Manucho.
Inicialmente ha servido de ayuda, qué duda cabe,
pero, por desgracia, su actuación no es como la del fontanero que llega,
desatasca el desagüe y se va. La impresión es que vamos a tener a este
fontanero sentado en la mesa de aquí hasta quién sabe cuándo.
Hay victorias que se pagan a largo plazo, espero que la de ayer ante el Numancia no sea una de estas.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 23-10-2011
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