Un puñetero segundo, un maldito centímetro, separan lo intrascendente de la tragedia. El mismo hecho puede servir para enriquecer la colección de anécdotas o marcar el inicio de nuestra desgracia. No ocurre con frecuencia, pero todos podemos recordar algún instante eterno que pudo haber cambiado definitivamente nuestro destino. Lo peor es que esa minucia que sirve de frontera no está, a menudo, en nuestras manos. Woody Allen, en Match Point, lo planteó de forma nítida: un asesino se puede convertir en un millonario felizmente casado o terminar sus días en la trena. Un anillo lanzado al agua toma la decisión. Jaime, el portero pucelano, falló estrepitosamente la semana pasada. Costó un punto y, por ello, fue sometido a un juicio sumarísimo. Le perseguirá cada vez que el Valladolid eche de menos ese puntito. Un error del mismo rango del portero del Atlético de Madrid no resta nada a su equipo,; consecuencia, se olvida tras el pitido del árbitro. El joven Courtois no tendrá que dar explicación alguna.
Quien sí tendrá que darla es el entrenador del Valladolid. Ayer, por primera vez, modifica el aspecto de un grupo que había funcionadao razonablemente bien y de repente, todo se tambalea. Al fin y al cabo un equipo es un ecosistema en el que la introducción de una especie extraña o la desaparición de otra adaptada puede acarrear consecuencias imprevisibles. La presencia de Sereno desacompasó el ritmo al que bailaba la defensa, parecía que tres se arrancaban con un pasodoble y el nuevo tocaba una melodía más cercana al fado, el caso es que lo que sonaba no parecía música. Por otro lado, sin Ebert parece que el equipo pierde carácter, fuerza. A la que él aporta habría que sumar la que induce y parece que es mucha: Rukavina parecía un gato en una casa sin ratones.
Con todo, con los desajustes propios y los errores ajenos, la clave del resultado estuvo en la capacidad de sorprender, lo que otorga al fútbol categoría de metáfora. De repente, un equipo timorato comprende que ese juego convencional no le otorga lo que desea y se desmelena, un equipo poco comprometido entiende que así no hay manera y saca de su interior su verdadero potencial para remontar un partido o ganar el siguiente, un equipo que se empequeñece cuando la ocasión exige grandeza se cansa de recibir palizas, analiza su comportamiento y resurge de sus complejos. De repente un central corre por donde el rival no le espera y se planta frente al portero sin que nadie haga nada por evitarlo. Gesto inesperado, gol y principio del fin. Todas las afirmaciones que se pronunciaron tajantes en el vestuario se han revuelto porque alguien hizo lo que nadie esperaba. De lo dicho nada y mañana será otro día. Hablamos de fútbol y salen a la pista el azar y la sorpresa. Nuestra propia inconsistencia.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-09-2012
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