En épocas de hambre nadie sueña
con ensaladas. Y esta es época de hambre de política. Puede parecer, a tenor
del desprecio generalizado a todo lo que evoca este término, que no es hambre
sino hartazgo; pero no es así. Lo que se palpa es un descrédito a las formas de
política que nos han traído hasta aquí basadas en la reiteración de mensajes
caducos e insustanciales, unido a prácticas agrestes que decoloran, con prisa y
sin pausa, el catálogo de derechos sociales.
Las elecciones del pasado domingo
en Galicia y Euskadi, a pesar de la aparente disparidad de los resultados,
dejan una reflexión común: el desplome de los referentes del PSOE en ambos
territorios. Una caída que ni empieza ahora, ni es exclusiva de nuestro país.
Mi hijo, que juega al fútbol de
portero, escucha muchas veces a su entrenador que tiene que tomar decisiones,
que ha de optar entre salir o quedarse en la portería. Un axioma clásico que
nunca escucharon en las sedes del partido que, cuando el balón vuela, se define
como socialdemócrata amenazando con salir, pero que ante cualquier envite,
recula quedándose a medio camino. Quizá no tengan otra posibilidad, quizá lo
que falla es el sentido mismo de la socialdemocracia (un híbrido que asume los
principios del capitalismo tratando de poner algún parche en los agujeros que
genera), quizá han pretendido contentar un poco a todos y no han conseguido
ilusionar a ninguno. Muchos “quizá” por resolver en un partido que empezó
prometiendo el cambio y es, en el peor sentido, más de lo mismo: una estructura
de poder dirigida por una cúpula inaccesible, blindada y sorda, una maquinaria
cooptada por el poder financiero.
En épocas de hambre nos volvemos
timoratos o temerarios, nos conformamos con la sopa o soñamos con manjares. No
hay espacio para un plato con la lechuga del nacionalismo, la escarola del
centralismo, un poco de sal de la izquierda, aceite republicano y vinagre
monárquico. Todo ello, eso sí, servido en platos de porcelana conservadora.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 25-10-2012
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