Un voto rara vez es
el resultado de una comparación entre programas electorales, es, casi siempre,
la asociación entre una imagen y una idea, el resultado de una transmisión
empática, un juego simbólico entre el elector y la cosa elegida. Desde otro
punto de vista, un voto puede ser un deseo o un compromiso, un encargo o una
disposición. Puede ser una carta a unos reyes magos que no existen, una seña de
identidad, una intención de certificar una pertenencia, una reafirmación; pero,
también, puede ser una manera de expresar una voluntad.
Cada cual, cuando
decide a quién votar, incluso cuando decide si votar, lanza un mensaje en una
botella. Contar los mensajes es fácil, interpretarlos es harina de otro costal.
Contar se contaron el domingo y está todo dicho, los números son los que son;
interpretaciones, sin embargo, se hicieron después casi tantas como bocas se
abrieron, aunque buena parte de ellas tengan dos elementos como denominador
común: existe un amplio sector de la sociedad que anhela un cambio profundo y que
exige una mayor participación.
Eso parece claro, pero
lo que desconozco me parece lo más importante: qué parte de todos esos votos
son un deseo, un encargo o una seña de identidad y qué parte un compromiso, una
disposición o la expresión de una voluntad. En el cociente de esta relación
está la respuesta a la propia pregunta. Si las manos que introdujeron papeletas
que representan una ruptura se ponen a la obra, el voto será sólido y el cambio
vendrá solo. Si, por el contrario, buena parte de los votantes de estas
opciones políticas, esperan que sean otros los que trabajen para poner en
marcha sus deseos, el voto se evaporará y todo quedará, de nuevo, pendiente para
mejor ocasión. Las personas elegidas a través de estos votos pueden ser mejores
o peores, tener mejor o peor voluntad, pero una transformación no se puede llevar
a cabo sin que una parte de la sociedad permanezca activa impulsando y
defendiendo dichos cambios.
Exigir participar
es fácil, hacerlo es más complicado, pero no por falta de cauces, qué también,
sino porque exige un esfuerzo constante. Para que el voto no se quede en un
papel, es necesaria la implicación en el día a día. Hay mil espacios abiertos y
otros mil por descubrir. En este terreno no se exige experiencia: a participar
se aprende participando, queriendo participar.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 29-05-2014
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