No es extraño que en la mayoría de los cuentos clásicos, esos que se
transmiten oralmente de generación en generación, entre el elenco de personajes
aparezca ‘el lobo’ o ‘el ogro’. No se trata de ogros o lobos cualesquiera,
no; lobo y ogro se presentan precedidos
de un artículo determinado, ese ‘el’ que les dota de entidad propia. Así, ‘el
lobo’ y ‘el ogro’ dejan de ser un animal o un gigante inconcreto para encarnar
en un solo ser la esencia de la maldad, la maldad misma, que acecha.
No es extraño, decía, que en casi
todos los cuentos aparezca uno u otro. En estos relatos fantásticos,
recreaciones de la mente humana, se condensan buena parte de sus emociones y
entre ellas, en un lugar de privilegio, siempre encuentra acomodo el miedo.
Ambos personajes son los encargados de jugar ese papel, el de advertir de los
peligros, Caperucita, Pulgarcito, si camináis solos por el bosque...
En el caso de ‘Pedro y el lobo’ se riza el rizo: en esta historia se nos advierte
de los peligros que puede producir la banalización de los riesgos a los que
estamos sometidos. Vamos, que el autor avisa de la importancia de mantenerse
alerta y muestra su creencia de que lo que nos debería producir miedo es vivir
sin tener miedo. La primera parte del cuento, cuando el pequeño pastor dando
voces reclama auxilio ante la llegada del lobo, relata cómo se aviva ese miedo
en el pueblo. Un miedo necesario porque permite generar las armas que combaten la
causa que lo produce.
El crío repite la broma sobresaltando de nuevo a sus vecinos. El mal
sigue ahí pero la frivolización, los juegos del muchacho, ha servido para
bajar las defensas de sus paisanos, para que perdieran el miedo. Lo que antes
les asustaba, ahora no es más que el reclamo de una broma. Al tercer intento,
nadie acude. Pero esta vez, el lobo sí lo hace y nadie puede evitar las fatales
consecuencias.
Es difícil discutir la importancia del miedo a la hora de forjar de
nuestros caracteres, más difícil aún no comprender que la suma de miedos
individuales origina sociedades en las que ese propio miedo configura buena
parte de las respuestas colectivas. Levantar la mirada y analizar lo que está
ocurriendo en Europa lo pone de manifiesto -da la sensación de que estamos
rodeados de lobos y de ogros-, todo lo que ocurre se puede explicar a partir de
los diferentes miedos que sacuden a sus sociedades: miedo a la globalización,
miedo a los que vienen de fuera, miedo a los diferentes, miedo ante el futuro…
Algunas de las respuestas, a su vez, avivan otros miedos. Las elecciones
presidenciales de Francia lo han dejado clarito: la finalista Marine Le Pen ha
crecido gracias a su capacidad para multiplicar los miedos. Sin embargo, las
respuestas a las respuestas, sobre todo en el ámbito de la izquierda, han sido
demasiado tibias. Se ha utilizado –como Pedro- tantas veces el nombre del
fascismo en vano, que cuando el de verdad ha asomado la patita no se ha sabido
diferenciarlo bien.
El miedo protege, pero también, ya vemos, atenaza. Voluntaria o
involuntariamente, los ogros y los lobos son parte de nuestro acervo cultural.
Lo tenemos todos grabado en la piel, pero con los aficionados al fútbol a
alguien se le fue la mano. Vean si no: el aficionado blanquivioleta tiene miedo
ahora a perder lo que hace tres semanas había dado por perdido. Hasta hace
cuatro días daba la sensación de que la temporada ya había concluido para el
Real Valladolid, la del 2017 era la historia del enésimo fracaso pucelano. Tras
la debacle de Sevilla ya no quedaba nada en la cajita de las ilusiones. Tres
partidos, diez puntos, ha sido el transcurrir necesario para que la visión
cambie radicalmente. Fabulamos, nos vemos en la promoción, cerramos los ojos e
imaginamos la bolita del Pucela en el próximo sorteo del calendario de Primera
División. El cajón de las expectativas se ha vuelto a llenar y cuando hay algo,
aunque el contenido sea tan etéreo como las ilusiones, surge el miedo. Habrá
que asumir que esto es así, que en el fútbol nunca se banaliza con ello, que
este pánico solo desaparece cuando desaparece la esperanza. Ahora esa puerta se
ha abierto de par en par: el Valladolid, mucho tiempo después, vuelve a ser
dueño de su propio destino. A los aficionados les ha vuelto el miedo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-05-2017
Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-05-2017
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