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Antaño fue con ‘terrorismo’, posteriormente con ‘matrimonio’
o ‘familia’, ahora con ‘unidad nacional’, más adelante con cualquier otro
material que habite en el etéreo territorio del esencialismo y les interese
para alcanzar sus fines, su fin, el poder. La derecha más conservadora de este
país siempre pretendió, pretende y pretenderá
convencernos de que su parte es el todo, de que su parcial visión es la
única forma de analizar, interpretar y juzgar, de que sus definiciones son la
definición. El resto de entornos ideológicos no están exentos de este empeño
tan acaparador de voluntades como cercenador del pensamiento, pero no han
alcanzado tal nivel de excelencia, al menos a la hora de apuntalar a los
propios y de chantajear a los ajenos.
Digo chantajear porque en el fondo esa reducción
terminológica pretende colocar entre la espada a y la pared a la gente que
defiende o se identifica con ese valor supuestamente definido al que previamente
han castrado. Así, en su momento, ‘terrorismo’ fue lo que esa derecha definió
como ‘terrorismo’. De esta forma, cuestionar sus estrategias te convertía
inmediatamente en tibio, complaciente o equidistante cuando no directamente en
apologeta de los asesinos. También en su momento, pretendieron atornillar los
términos ‘matrimonio’ o ‘familia’ para que no pudieran escapar de los límites
de sus propias e interesadas definiciones. Cuando alguien osaba romper aquellas
murallas semánticas, verbigracia, defendiendo la posibilidad de extender el
matrimonio a personas del mismo sexo, se encontraba con una febril
oposición que, bien en discursos, bien en pancartas, apelaba a un concepto
unívoco del matrimonio y lo enmarcaba en la defensa de la familia.
En el tiempo actual, el esencialismo que les viene a cuenta
es el de la ‘unidad nacional’, una unidad que, faltaría más, es la que ellos definen
con sus pelos y sus señales, como si no hubiera otras formas válidas de
defender un proyecto de España diferente al suyo; ese suyo que ante sus ojos, por
más que haya demostrado su agotamiento, es el único válido. Pero el chantaje
ahí queda, cualquier insinuación al respecto se convertirá en anatema, en
delito de lesa patria. Porque en definitiva, para ellos, ellos son la patria. Tan,
tan, son la patria; tan interiorizado lo tienen, que cuando no gobiernan
desprecian hasta su nombre. Valga como muestra la imágenes de Pablo Casado en
las que, aprovechando un informal ¿qué tal?
de pasillo del presidente de la Comisión Europea Jean Claude Juncker, le espeta
sin venir a cuento que España es un desastre.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-10-2018
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