Se acerca el momento decisivo para agricultores de cereal y
estudiantes de segundo de Bachillerato. Días de nervios; la suerte, sin embargo, ya está echada. Falta
la cosecha, el examen, pero nada saldrá de ahí que el curso no hubiera ido poco
a poco narrando.
Los agricultores saben que su nota final será un rotundo
suspenso, que la falta de agua primaveral agostó sus cultivos, que no van a
recuperar ni el trabajo realizado. Cerrarán la campaña con un lamento y un
¡otro año será! a modo de triste consuelo.
Los estudiantes se encuentran enfrascados en lo que antaño
llamábamos Selectividad o hincando codos preparando el asalto a una segunda
vuelta de exámenes que les permita rematar lo pendiente. En uno u otro caso,
anhelan cerrar una etapa y formarse profesionalmente mediante algún Grado
Superior o abrir las puertas de la Universidad. Al margen de la cosecha de cada
cual, los aspirantes de nuestra comunidad se quejan de que la prueba selectiva es
aquí comparativamente más dura que realiza el estudiantado de otros territorios
lo que merma su nota y con ella las posibilidades de elegir la titulación
deseada.
Más allá de la coyuntura temporal que emparenta sus
desasosiegos, aúno ambos colectivos porque el camino que existe entre el campo
y las aulas dibuja un trayecto ampliamente transitado en el pasado, porque en
la actualidad ambos nos explican las líneas del nuestro porvenir territorial.
La primera parte es por todos conocida: las ciudades se
fueron llenando con los que fuimos abandonando el campo para trabajar y
procurar estudios para los hijos o directamente para estudiar. La segunda es
demasiado parecida a la primera: de la misma manera que el ingreso en la
Universidad suponía un punto sin retorno de los que dejábamos el pueblo, la acometida
de unos estudios superiores es una manera de despegar el pie quizá
definitivamente de las ciudades de Castilla y León. Tal y como yo vine, ellos
se irán.
Lo estamos viendo, los datos lo avalan, y pensamos que es un
mal sueño del que despertaremos con algún chasquido de dedos. No tiene pinta.
Nuestra tierra se ha convertido en periferia, en proveedora de las metrópolis. Su
pan es nuestro trigo; sus hijos, los nuestros.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 06-06-2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario