Puedes estar hablando con tu hijo y sacar a colación lo que
hiciste aquel verano en que tenías su edad; escuchar el nombre de una ciudad y
recuperar en tu imaginación aquellas vacaciones, las historias juveniles con un
amigo que se fue a vivir allá, el fatal accidente de un compañero de estudios…
Podemos estirar el catálogo de situaciones en las que giramos el cuello de la
memoria para mirar hacia atrás hasta el infinito. Con demasiada frecuencia el
pasado, ese pasado personal que nos arrebata del presente, extiende alguno de
sus tentáculos con la intención de zancadillearnos. De esta forma, aunque no
terminemos de caer, de frenar en seco nuestro caminar, durante un tiempo
avanzamos a trompicones.
La tentación, llegados estos casos, vive en un arriba que se
llama Jorge Manrique, “cualquiera tiempo pasado fue mejor”. En general, casi
ninguna etapa anterior lo fue, lo sabemos todos menos los miembros de aquellos
grupúsculos sectarios, tanto da nacionalistas de uno u otro pelo o corrientes
de un desvariado progresismo, que reclaman del pasado estados o escenarios
ideales que nunca se dieron. Sabemos, digo, en cuanto la razón nos devuelve al
presente, que esa idealización nos parece mejor que el hoy porque ese pasado
una vez fue nuestro.
Sin embargo, en nuestras sociedades, por primera vez en
mucho tiempo, corremos el riesgo de que las imágenes que devuelve el espejo del
pasado puedan dejar en evidencia un presente que se licúa por momentos. Nunca
resultó sencillo obtener los fondos que garantizasen en cada casa una vida
digna; el trabajo es, por definición, una tarea fatigosa. Poco a poco, los trabajadores consiguieron una
serie de derechos que hicieron más llevadera la labor a la par que más o menos
se garantizaban la permanencia en el puesto de trabajo. La última gran crisis,
sin embargo, derrumbó el andamiaje construido. Aquellos derechos arrancados con
jirones de piel desaguan por el sumidero de la historia; la garantía de
estabilidad es una entelequia. Pensábamos que la tecnología vendría a ayudar, y
así es en muchas facetas, pero no en lo laboral, donde todo se ha precarizado. Eso
sí, no es la tecnología la culpable; esta responde simplemente a la voluntad de
los humanos. Aunque solo sea de unos pocos.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 20-06-2019
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