Algunas efemérides nos sirven para recordar grandes hitos
históricos, momentos singulares que trazaron una frontera en el tiempo que
separaba un antes de un después. Otras, más modestas, normalmente más cercanas,
nos son útiles para comprender -cuanto menos para intentarlo- determinados
cambios sociales que, por momentos a la chita callando, por momentos a voces,
se han ido produciendo. Son fechas ancladas en la memoria que, al recordarlas,
producen en nosotros un efecto similar al de detenerse ante una foto vieja en
la que aparecemos rodeados de aquella pandilla de veranos atrás. Una mezcla
entre la necesidad de ubicar a los protagonistas -¿Qué sería de Fulanito? Nunca
volvimos a saber de él. Pobre Menganita, ¡cómo se cebó la vida con ella!- y la
certeza de constatar unos cambios que, si bien no se notan de un día a otro, pueden
ser crueles cuando la distancia se mide en decenios.
Viene a cuento este preámbulo porque en este septiembre se
están cumpliendo los 25 años de las multitudinarias acampadas en decenas de
ciudades españolas cuyos protagonistas reclamaban que nuestro país cumpliese
con el mandato de Naciones Unidas en 1972 de destinar un 0,7 del PIB a la ayuda
al desarrollo de aquellas regiones empobrecidas del planeta. La protesta, desde
luego, dio sus frutos: España, sus instituciones, incrementó, aun sin llegar
nunca a acercarse a la cifra citada, la cuantía de las partidas presupuestarias
destinadas a la cooperación. Un dinero que, siendo una gota en el mar de la
necesidad, sirvió para que miles de comunidades en los países receptores
tuvieran acceso a servicios educativos, sanitarios y de desarrollo económico.
No tardó mucho en inflarse el globo inmobiliario, insertarnos en la economía
ficción. La sociedad española se desactivó, la parte más crítica se redujo, su
voz apenas se percibía. El pinchazo de 2008 nos hizo aterrizar en una pista de
duro cemento. Las calles empezaron a sonar, hasta tronar el 15M de 2011; pero el
ruido era diferente. La crisis/estafa no solo nos desarmó económicamente,
políticamente nos dejó hechos una piltrafa. La mirada del 15M ya no fue global,
no tuvo visión ni análisis político más allá de una mirada a nuestro ombligo
para situarnos como víctimas. Continuamos ebrios de sus efluvios. El 0´7, tal
vez más ingenuo, se atrevió a levantar la vista. De eso hace, al parecer, un
mundo. Tanto que si miramos una foto de entonces no
recordamos quién era quien. Casi ni nos reconocemos en ella.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 19-09-2019
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