Al igual que los viejos revolucionarios de cartón piedra,
tras comprender que sus certezas se postergaban, que el proceso deseado iba
para largo, asumieron que su sino era esperar, los mesetarios vivimos aguardando
la fecha señalada.
Al contrario, mientras aquellos bon vivant de la izquierda
caviar esperaban -alguno todavía anda en ello- un fin de los días en forma de revolución
que habría de traer a la humanidad justicia, paz, felicidad y prosperidad
eterna; nosotros sobrevivimos pasando las horas sentados en la solana haciendo
tiempo para que la solución biológica determine cuál habrá de ser el último de
los días en que nuestras tierras serán habitadas. Este porvenir, el nuestro,
digo, también vendría cargado de paz, la de los cementerios.
Ellos, gauche divine, entre brindis y brindis, concluían que
las contradicciones inherentes al sistema inexorablemente arrumbarían el
capitalismo en cualquier rincón perdido de la historia; nosotros, entre chato y
chato, corto y corto, ahogamos las penas lamentándonos por el inexorable
destino de ser la (pen)última generación de pobladores del Valle del Duero y
adyacentes.
En ese mientras tanto, ellos supieron muy bien qué hacer con
ellos. Medios les sobraban para sobrellevar sus penas, para que el servicio les
atendiese mientras se fustigaban. Nosotros, en este lapso, no sabemos qué hacer
con nosotros. Como medios sí nos faltan, no sabemos cómo vamos a poder
cuidarnos, quiénes van a estar disponibles para hacerlo, qué nos podremos
permitir. Y lo damos vueltas. Y todo
suena mal. Cualquier propuesta, cualquier reforma, parte de ese límite y sopla
con aires de desamparo. La última, ese globo sonda de reorganización sanitaria
soltado desde un despacho de la Junta que ha explotado en los pueblos más
exangües. Y, pese a ser pocos los destinatarios, se han convertido en roca para
transformar el ruido en eco de protesta.
ViceIgea y la consejera Casado tienen razón en el punto de
partida: salvo que pretendamos acelerar el requiescat in pace, la solución
nunca puede ser no hacer nada. Pero en ese ‘algo que hacer’ no cabe alejar los
servicios médicos del ámbito rural porque se transmite la sensación de abandono
de los pueblos. Por más que estos vayan a acabar abandonándose solos. O no, que
aquella revolución pendiente, tampoco vino.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-10-2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario