lunes, 11 de noviembre de 2019

ELLOS, Y CADA VEZ MÁS ELLAS

Foto "El Norte"
No sé por qué me da que ya menos, pero hubo tiempos en que en determinados ambientes políticos o culturales el fútbol tenía mala prensa, estaba mal visto. A este subgenero de personajes, los aficionados al balompié les resultaban sospechosos de inanidad ética, estética e intelectual. Para poder subsistir sin merma en su prestigio, algunos de entre esos snobs, aficionados para sus adentros, se autoimpusieron una especie de clandestinidad que les impedía exteriorizar sus querencias. El fútbol, más que el opio del pueblo, era un barreñón lleno de materia tóxica que emponzoñaba el cuerpo entero de todo aquel que simplemente sumergiera sus manos en él. Una de estas personas –aprendí que en estos casos se dice el pecado pero no el pecador–, y sin embargo amigo, quiso afearme mi desmedida aficion por este deporte. La conversación fue avanzando, acalorándose, y él, que entre otras cosas se dedicaba a escribir análisis sociopolíticos, quiso dejar claro que prefería vivir al margen de ese algo por el que todo el mundo perdía la razón. Le comenté que su aversión por el fútbol podría conducirle a cerrar los ojos a la realidad, que tratar de entender esta sin tener en cuenta que el fútbol se entrevera en la carne de nuestro día a día vendría a ser como si un ateo estudiara la Edad Media prescindiendo de los factores religiosos porque él los desprecia.

Ahí están ellos –y cada vez más ellas, ¿ven como no se puede desligar lo que ocurre en nuestras calles de lo que vemos en un campo de fútbol?– cantando, exhibiendo sus bufandas identificativas, dejando patente un sentido de pertenencia que, sin exclusiones ni supremacismos, les impele a compartir espacios y tiempos, bocadillos y viajes, penas y alegrías.
Ahí están ellos , y cada vez más ellas, cuando lo fácil, tras haberse consumado una derrota de su equipo, tras un fiasco descomunal, sería haber amainado vientos, plegado velas, anudado amarras; mostrando su palmaria voluntad de continuar animando porque ganar o perder son vicisitudes, circunstancias coyunturales que no interfieren en el apego a lo que se apoya.
Desde la perspectiva pucelana, nada más cabe salvar. El resto, lo que en el campo sucedió, se define como la foto que preside esta página: un equipo difuminado, un juego borroso y una inexistente réplica vallisoletana a la voluntad alavesista.
El partido, uno de tantos en los que, a igualdad de armas, se decanta en favor del que pone más intangibles en el césped, dejó en evidencia al grupo blanquivioleta que fue atropellado inmisericordemente por un rival que demostró más hambre en cada acción. No hay territorio sin jurisdicción: si un equipo no comparece, el otro se adueña de la tierra; si uno dimite, el otro toma inmediata posesión.
Pese a la falta de nitidez, reconocemos en el retrato a Laguardia, Manu García y Tomás Pina, tres jornaleros de esto del balompié, tres tipos que en cada balón disputado dejan claro que se juegan el sueldo. Frente a ellos, la nada. Una nada que volverá a convertirse en un equipo reconocible y que volverá a tener detrás de sí a unos aficionados disfrutando con algo tan simple y tan complejo como un partido de fútbol de su equipo.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-10-2019

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