Foto "El Norte" |
En un par de meses se cumplirá el 2º centenario del nacimiento
de Concepción Arenal, una mujer que, tal
vez porque con apenas nueve años sufrió la fatalidad de ver morir a su padre
aquejado de males adquiridos en prisión, cultivó una especial sensibilidad hacia las
personas encarceladas. Una sensibilidad, cabe apuntar en estos tiempos etéreos
de obstinada condescendencia, que huía de la ñoñería, del pobrecitos, de los
paños calientes, para tratar de comprender las causas que arrastran a la
comisión de delitos. En su acción y obra escrita sobrepasaba el discurso
asistencialista insistiendo en el reclamo de la enseñanza como elemento
esencial para dotar de oportunidades a los sectores de la sociedad abocados a
la delincuencia. Arenal lo sintetizaba con un “abrid escuelas y se cerrarán
cárceles”.
Podemos pensar, desde la perspectiva de un hoy en que tenemos escuelas de sobra y las cárceles no se han vaciado,que
la profecía erró, que no existe correlación entre formación y delincuencia. No
nos equivoquemos, la frase se habrá quedado corta, pero su esencia permanece. Por
un lado, la relación que Arenal establece se refiere solo a los delincuentes
salidos de extractos marginales, los que llenaban las cárceles de entonces. Con
estos, aunque en menor proporción, se siguen llenándose las cárceles. Por otro,
las sociedades se han complejizado y la labor pedagógica ya no es patrimonio
exclusivo de las aulas. De algo debemos carecer porque, pese a que la
chavalería ha sido escolarizada, vándalos continúa habiendo. No pocos de ellos
encuentran en el fútbol refugio para su cobardía, excusa en la que apalancar su rabia, masa en
la que guarecerse. Así, no pocas veces, consiguen la complicidad o el silencio de
la afición, la del mismo equipo en que los vándalos se escudan, dispuesta a
entender como razones los simples pretextos esgrimidos. Como con la corrupción,
no vale decir que los demás son salvajes sin afear a los propios cuando se
comportan de la misma manera. Vaya aquí un reconocimiento a la afición pucelana
que calló a los que insultaron a un ex, Fabricio, cuando regresó a Zorrilla con
la camiseta del Mallorca.
Esa silla arrancada antes incluso de que empezara el
partido, lanzada al campo por alguien que no aparece en la foto y cuyo único
motivo es el mismo que el del perro que va dejando por el parque sus chorritos
de meada, servirá de excusa para calificar de vándalos a los aficionados al
fútbol en general. A mí me sirve para que el fútbol me guste más, y es así
porque en él se refleja la calle, sin más, lo que en ella se mueve, lo que nos
gusta y lo que no. El fútbol no necesita de discursos impostados para hacerse
valer. La grada, en su multiplicidad, ni miente ni finge: somos nosotros. La
silla arrancada de cuajo, también.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 25-11-2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario