viernes, 29 de noviembre de 2019

TERUEL NO EXISTE


Hale, niño, a la calle a jugar.
Teruel no existe. Estar, está, eso es indudable, claro; pero existir es otra cosa. Y existir políticamente, otro asunto bien diferente. No hay prueba más palmaria de la inexistencia política que la necesidad de gritar un ‘oiga que estoy aquí’ cuando llevas ahí toda la vida.
Venga, quédate pero no molestes.
La frustración y la rabia tienen poco recorrido institucional. Cuando se encapsula en una agrupación de electores, el grito de la calle se convierte en moción; la interpelación, en papel, papel higiénico, papel mojado. La frustración se mantiene, la rabia se contiene, la situación permanece. Teruel existe es la suma de lo que no existe en Teruel, una suma de plataformas que daban cuenta del ferrocarril que se iba, del médico que no venía.
He dicho que no molestes, toma este caramelo y calla.
Caerá alguna monedilla que, craso error, síntoma de enfermedad, anticipo de la muerte, adobará la autocomplacencia, validará el experimento para satisfacción de sus impulsores/representantes. Algún kilómetro de autovía -siempre de paso-,  tal vez un tren a mayores, y un ¿qué más queréis? sin posibilidad de respuesta. Si con eso vale, si cunde el ejemplo, el grito se convertirá en guirigay. Así, si sale mal, mal; si sale bien -de repente aparecerán media docena de niños pidiendo caramelos, compitiendo por las mismas monedillas- peor.

No, Teruel no existe. Aunque esté. No existe porque la política es la sublimación del conflicto y no existe un conflicto Teruel. El conflicto lo es entre el mundo rural que lo fue y el urbano que lo aplastó, entre lo que fuimos y lo que somos. El reto para los que aún vivimos y queremos seguir viviendo en los terueles consiste en torcer los renglones de una historia preescrita, la dinámica de una economía ciega, los designios de una política acomodada y olvidadiza. El ‘nos falta esto’, ‘nos falta lo otro’ de cada cual por separado no tiene potencial político para romper con nada. Además, a medio plazo es contraproducente, generaría un modelo de representación que alimentaría la peor de nuestras rémoras: un caciquismo que se sabría infiltrar en cada plataforma local o provincial.
Teruel no existe, lo que existe es la necesidad de combatir el centrifuguismo periférico y el centripetismo madrileño. De combatir, sí, que hablamos de política, no de designios divinos; que hablamos de actuar como personas mayores.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-11-2019

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