Hale, niño, a la calle a
jugar.
Teruel no existe. Estar,
está, eso es indudable, claro; pero existir es otra cosa. Y existir
políticamente, otro asunto bien diferente. No hay prueba más palmaria de la
inexistencia política que la necesidad de gritar un ‘oiga que estoy aquí’
cuando llevas ahí toda la vida.
Venga, quédate pero no
molestes.
La frustración y la rabia
tienen poco recorrido institucional. Cuando se encapsula en una agrupación de
electores, el grito de la calle se convierte en moción; la interpelación, en papel,
papel higiénico, papel mojado. La frustración se mantiene, la rabia se
contiene, la situación permanece. Teruel existe es la suma de lo que no existe
en Teruel, una suma de plataformas que daban cuenta del ferrocarril que se iba,
del médico que no venía.
He dicho que no molestes,
toma este caramelo y calla.
Caerá alguna monedilla que,
craso error, síntoma de enfermedad, anticipo de la muerte, adobará la
autocomplacencia, validará el experimento para satisfacción de sus impulsores/representantes.
Algún kilómetro de autovía -siempre de paso-,
tal vez un tren a mayores, y un ¿qué más queréis? sin posibilidad de
respuesta. Si con eso vale, si cunde el ejemplo, el grito se convertirá en
guirigay. Así, si sale mal, mal; si sale bien -de repente aparecerán media
docena de niños pidiendo caramelos, compitiendo por las mismas monedillas-
peor.
No, Teruel no existe. Aunque
esté. No existe porque la política es la sublimación del conflicto y no existe
un conflicto Teruel. El conflicto lo es entre el mundo rural que lo fue y el
urbano que lo aplastó, entre lo que fuimos y lo que somos. El reto para los que
aún vivimos y queremos seguir viviendo en los terueles consiste en torcer los
renglones de una historia preescrita, la dinámica de una economía ciega, los
designios de una política acomodada y olvidadiza. El ‘nos falta esto’, ‘nos falta
lo otro’ de cada cual por separado no tiene potencial político para romper con
nada. Además, a medio plazo es contraproducente, generaría un modelo de
representación que alimentaría la peor de nuestras rémoras: un caciquismo que
se sabría infiltrar en cada plataforma local o provincial.
Teruel no existe, lo que
existe es la necesidad de combatir el centrifuguismo periférico y el
centripetismo madrileño. De combatir, sí, que hablamos de política, no de
designios divinos; que hablamos de actuar como personas mayores.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-11-2019
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