Quiere uno creer que son otros tiempos, que en el futuro no
se repetirán los desmanes del pasado, pero no. En cuanto te despojas del babi
que protege el ropaje de tu ingenuidad de la ponzoña exterior, compruebas que
la sociedad puede manchar. Fue ayer, es hoy y será mañana. Está en la condición
humana, no en todos los humanos, claro, seguramente que ni en la mayoría, pero
nunca dejarán de existir personas que, una vez alcanzan el poder, abusan de él;
incluso más, algunas que buscan alcanzar algún tipo de poder para tener la
posibilidad de abusar desde el privilegio que dicho poder otorga.
Bien sabemos que de todo lo que hay demanda -tanto da armas,
vejigas de totoaba u órganos para trasplante- existirá una oferta: si en tu
mano está algo demandado, si no hay remilgos para hacerlo, tan solo faltaría
acordar el precio. Y de pocas cosas hay más demanda que de dinero. Así arrancan
los mecanismos de la corrupción, de la consciencia de que desde un puesto de
poder se está en disposición de entregar ese dinero demandado a cambio de que
a) algo de ese dinero quede para ti o b) te devuelva más poder. Hay un caso c),
diferente pero igual: el que implica no romper una dinámica perversa que venía
de antaño, no poner coto a los desvaríos, a cambio de no arriesgar el poder
adquirido. En el medio, siempre, engranajes lo suficientemente bien engrasados como
para posibilitar los intercambios de favores sin hacer ruido alguno.
Quiere uno creer que son otros tiempos, que la sentencia de
una de las piezas de la causa de los Eres que condena a dirigentes del PSOE marca el final de una época en la que fueron posibles
comportamientos hoy inadmisibles. Enseguida despierto. Se volverán a repetir
comportamientos similares.
Nos queda, eso sí, un aprendizaje que nos permitiría
dificultar la corrupción de cara al futuro: nuestro comportamiento gregario
-justificar en los que entendemos como propios lo que consideramos imperdonable
en los ajenos- es parte del aceite que silencia la maquinaria. Y otro: de poco
sirve apelar a la ética.
Por cierto, la corrupción, aparte de ser un timo, genera una
perversión: mata la política, nos lleva a pensar que con que un político sea
honrado, sea cual sea su propuesta, es suficiente.
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