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Al norte, la calle recalca que trabajamos mucho, al sur la
medida gubernamental pretende que los que ganan poco no ganen tan poco. En el
fondo, dos caras de una misma moneda: dedicamos mucho tiempo a trabajar y, a
pesar de ello, un alto número de personas apenas consiguen ingresos para
sobrevivir con cierta holgura, forman parte de ese difuso y disperso conglomerado que se ha dado en llamar con el paradójico pero
atinado ‘trabajadores pobres’.
Pero volvamos a la primera parte: dedicamos mucho tiempo a
trabajar. Muchas horas cada semana, muchas semanas cada año, muchos años. Lo
hemos asumido con naturalidad, como si lo más normal del mundo fuera enfocar
toda nuestra vida, las decisiones de nuestra vida, al trabajo. Mirando hacia
atrás resulta sorprendente. Se ha producido un desarrollo tecnológico de tal
magnitud que, si dentro de unos siglos aún existen los humanos, será estudiado
como un hito histórico. El número de trabajadores potenciales por cuenta ajena
se ha multiplicado por dos gracias a la deseada incorporación de la mujer al
mundo del trabajo remunerado. Habría dado para que, en medio siglo, se hubiera
dividido por cuatro el tiempo dedicado a trabajar. Pues nones, seguimos igual.
En este tiempo, el trabajo ha pasado de ser un medio a convertirse en un fin.
Si hasta se ha llegado a presentar como un medio de realización personal. Una
circunstancia, esta de realizarse trabajando, que solo tiene sentido para los
privilegiados –entre los que, por más que me cueste escribir, me encuentro- que
desarrollan contadas labores. Ya me dirán cómo se realiza uno en una cadena,
limpiando culos ajenos o acarreando sacos en una obra cuando hiela. Trasladar
pues esa visión no es más que una imposición clasista e interesada. Que hay que trabajar, hay que trabajar, no se ha inventado
la sociedad que pueda prescindir del trabajo. Pero lo justo y necesario. Y
remunerado lo suficiente para vivir con dignidad.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 30-01-2020
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