Desde aquel lejano 3 de noviembre, hemos contemplado noventa lunas, lo que vienen a ser tres ciclos completos del satélite con sus cuartos crecientes, llenas, cuartos menguantes y nuevas. Tres meses, trece semanas, noventa días que transcurrieron sin permitirnos paladear el sabor adictivo de un triunfo. Entre medias, un cambio de año que convirtió en erial tanto el último mes del que despedimos como el primero del año recién llegado. No han sido tantas como 500 noches, pero se han superado sobradamente los 19 días: los 90 días huérfanos de victoria son una cantidad de tiempo que se encuentra a medio camino entre las dos cifras en que Joaquín Sabina estipuló que se tarda en aprender a olvidar un amor que se marcha dando un portazo.
Cosas de este calendario asimétrico que en su segunda vuelta no repite el orden de rivales dado en la primera, aquel remoto triunfo blanquivioleta y el de ayer han tenido como denominador común el mismo equipo: el Mallorca. Entonces fue aquí; ahora, allá. En ambos territorios, los pucelanos han conquistado tres relucientes puntos. No es descabellado pensar que los de las rayas blancas y violetas estarían encantados de establecer una itinerario permanente entre la ribera del Pisuerga y la isla mayor de las Baleares. Vaya, que compartirían con Helena Bianco que «sería maravilloso viajar hasta Mallorca». Menos mal que entre los jugadores del Real Valladolid, al menos que haya constancia, no hay ninguno que se quede en tierra y exija como la cantante vallisoletana un puente que una Valencia y Palma para poder hacer el viaje sin necesidad de montar en barco o en avión. Helena Bianco no es la única con pánico a volar, un síndrome con nombre propio, aerofobia que afecta a más gente de la que creemos. En la ficción recordamos a MA Barracus, el forzudo musculoso del equipo A al que sus compañeros tenían que engañar para introducirle en cualquier aeronave. En el mismo ámbito del fútbol, el holandés Dennis Bergkamp se las apañaba para hacer en coche los desplazamientos que le permitían disputar los partidos de sus equipos. En lo que sí coinciden la cantante y el Pucela es en la compañía. El enorme éxito de aquella desde finales de los años sesenta, vino de la mano del grupo Los Mismos. El enorme éxito de este Pucela, porque, al margen de que el juego sea manifiestamente mejorable, es un triunfo que, después del ascenso de hace dos temporadas, de la permanencia de la pasada, camine desahogado en la tabla, es debido a la fuerza de un grupo en el que participan casi siempre los mismos. Los fichajes de este verano poco han aportado;los que acaban de llegar, aún no suman y ya veremos. Han sido básicamente los mismos, con sus carencias, con sus limitaciones, con su capacidad para desesperarnos por no decidir o ejecutar bien, los que conforman el grupo de jugadores que ha creado una base para que el Valladolid pueda seguir creciendo. Quizá el máximo exponente de todo ello –de desesperarnos y tal–haya sido Ünal. De él podemos decir todo menos que no lo intenta, que se esconde. En la foto le vemos rematando de cabeza. No, no es el gol: aquel fue en un giro cabeza de derecha a izquierda; este, de izquierda a derecha. Tanto le da: con suerte desigual, no ceja en su empeño. Es una suerte que haya viajado hasta Mallorca para poder ayudar a romper la racha de noventa lunas.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-02-2020
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