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Foto "El Norte de Castilla" |
Por supuesto, de haberla visto en el cine, habría apagado el
teléfono. Incluso, de normal, aun en casa, hubiera silenciado el móvil. Sin
embargo, en estos días de ocio doméstico, de horarios disparatados, disfruto
las películas a salto de mata en los ratos vacíos que me van quedando entre
labor y labor, bebo el cine a sorbos con el móvil siempre alerta por si alguien
llama, voy completando el metraje a empellones en los cuartos de hora que se
dan entre llamadas. En uno de esos ratos, me asaltó la muerte de Julio Anguita.
El sonido de un mensaje de whatsapp con la noticia se produjo mientras la
pantalla mostraba ‘Handia’, una película de Aitor Arregi y Jon Garaño que
relata las desventuras de los hermanos Martín y Joaquín Eleicegui a lo largo
del tercio central del siglo XIX. En esa convulsa época, ambos parten del
miserable caserío arrendado por su familia para recorrer Europa con el fin de
enriquecerse explotando la acromegalia de Joaquín, una enfermedad por la que
alcanzó los 2,42 metros de estatura. En realidad, esta particularidad le
deshumanizó ante los ojos de los que dejaban sus reales en la taquilla para
verle. Su rareza le alejaba de los demás que veían en él un gigante, un coloso,
un monstruo en vez de una persona como cualquier otra, con sus deseos y
anhelos, sus ilusiones y sus penas.