España no recordaba un gobierno de coalición. Algo común en tantos otros países, aquí suena a excentricidad. De aquellas experiencias vecinas se podía haber aprendido, pero sabemos que nadie escarmienta en cabeza ajena. La falta, ya no de costumbre, de práctica en una labor determinada traba el buen desempeño. Adaptarse a nuevos usos, siempre cuesta.
Si nos referimos al ejercicio de la política, la dificultad
se multiplica por dos, porque el político implicado acomoda su actuación
uniendo a su inexperiencia la de sus representados -que siguen anotando como
cesión la diferencia entre lo esperado y lo posible-. El contenido de la
archimencionada entrevista a Alberto Garzón parte de ese punto: no discernió
entre su labor como ministro y su posición como parte.
Y Garzón, mostrando inoperancia. No manejó las claves
comunicativas: no es lo mismo hablar como profesor que como ministro. No valoró la capacidad del contendiente: la
política camina sin estribos, no importa la verdad o la mentira sino el rédito
de lo que se dice. No entró en matices: hay más de dos modelos de ganadería. No
tuvo valor para dar la cara ante los medios: las redes sociales no son (no deben
ser) el terreno de justificación.
Un añadido. En un gobierno de coalición, el ministro es del
Gobierno. La política de máximos se defiende desde la organización que te
sustenta. Pero a esa base, para evitar que cuestionasen a sus representantes,
se le ha laminado toda capacidad.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-01-2022
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