domingo, 2 de octubre de 2022

NADA SE HACE QUE NO SE IMAGINE

Contemplábamos la pantalla con una dulce sonrisa. La media docena de encuentros anteriores habían mostrado un Pucela parco ante la portería rival. Por momentos parecía dominar, pero sonaba a ficticio, como de mentira. Daba la impresión de que en la voluntad de mantener la posesión estuviera más presente el deseo de que nada fallase que el ansia de asaetear las defensas rivales. Esta vez, sin embargo, no hubo remilgos. A la primera ocasión, los jugadores de banda, ambos, rompieron con el aseo posicional, abandonaron su dominios e irrumpieron en la misma línea central en dos alturas diferentes. Plata, más atrás, levantó la cabeza y contempló como Plano, más adelante, había descubierto e invadía el espacio a la espalda de los centrales. Ahí, en territorio hostil, en la zona de la verdad, surgió una venenosa y productiva asociación. Había ventaja en el marcador.
Apenas diez minutos hubo de tranquilidad. De repente, la retaguardia del Pucela volvió a mostrar su fragilidad. En menos de lo que se presigna un cura loco, la sonrisa primero se difuminó y al instante desapareció. Tal endeblez comienza a ser preocupante. El primer gol tiene un pase. Vale, hubo una serie de desajustes en la banda izquierda –Escudero pareció transparente, Mesa no tapó con contundencia, Joaquín llegó tarde–, pero cabe apuntar que para que todo ello ocurriese el Getafe tuvo que mover el balón deprisa y con claridad. El segundo, sin embargo, desasosiega porque no tiene un pase. En un fútbol tan metódicamente preparado suena a desatención que un simple lanzamiento bombeado desde cuarenta metros atrás supere y deje inerme una línea de seis para terminar en el pie de un rival abocado en solitario hacia tu portería.

Claro, que igual soy yo el que se equivoca y resulta que estos balonazos desde la provincia de al lado son un peligro real. Al poco de comenzar la segunda mitad fue la defensa del Getafe, en gesto que le honra, la que, 'céteris páribus', devolvió el favor y permitió que un lanzamiento de Javi Sánchez desde su posición en la línea de zagueros lo pudiese bajar Sergio León y propiciase el gol de Plano que terminaría siendo decisivo.

Dos nombres aparecen, los de León y Plano, que han acumulado buena parte del protagonismo blanquivioleta. El primero, con la discreción habitual, ha vuelto a demostrar que su oficio –el remate cruzado al primer toque es de escuela de delantero centro– y perseverancia son un valor muy aprovechable, que las ausencias de Weissman no tienen que convertirse en drama. El segundo, demasiado cuestionado por una parte de la afición, ha vuelto a dejar claro por qué los entrenadores confían en él: domina todos los aspectos prefutbolísticos, conoce el juego y siempre aporta. En esta ocasión, pese al error de medida en el segundo gol getafense, esos aportes han sido demasiado visibles. Al menos durante algunos días le servirá para acallar las críticas. O no, que en tiempos de trincheristas (casi) nadie se despoja de sus apriorismos.

Un aparte merece Kike. No para repetir todo lo bueno que justamente se ha dicho de su comienzo de temporada, dicho está y me sumo, sino para exigirle, si puedo, que no se conforme, que aspire a su límite. El pase del segundo gol es una locura que muestra su dimensión. El fútbol que uno desarrolla es la suma de lo que imagina y lo que su cuerpo y capacidad técnica permite ejecutar. Pocos, muy pocos, imaginan de forma tan poderosa. Si no se conforma con lucir con el balón y sigue dando vida a lo que su cabeza diseña, seguiremos hablando de él en años. De momento, el Valladolid juega a su son. Y qué mejor que que el toledano se despliegue a su aire para dar forma al 4–4–Kike–1.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-10-2022

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