martes, 25 de octubre de 2022

VIVIR AL LÍMITE

Ahora que Valladolid se ha transformado en un plató, nos cuesta identificar si, cuando nos cruzamos por la calle con una escena que nos detiene,  observamos un brote de realidad o asistimos a una plasmación cinematográfica. Menos mal que aquí aún algo nos detiene, que cuando lo sorpresivo nos asalta seguimos formando remolinos, señal de que conservamos remanentes del pasado, inercias de comunidad. Un aroma de pequeñez que espero no se pierda nunca: tiemblo al escuchar historias de personas tiradas en el suelo que, durante horas, son rodeadas por el caminar de viandantes a los que nada  pasma ni altera.   

Toparse en la Rondilla con un hombre encaramado a una fachada, agarrado trémulamente a una barandilla, sorprende. Trepar por los muros, que no nos es propio, forma parte de nuestro catálogo de fantasías. Ya hace un siglo, volviendo al cine, ‘El hombre mosca’ Harold Lloyd escalaba por una pared hasta quedar colgado en todo lo alto de la aguja de un reloj. Nuestro imaginario, ante tal encuentro, se activa y recrea lo que ve como si fuera la penúltima secuencia de un vodevil. El cine, insisto.

Un cine que, puesto a recrear fantasías, engaña. Elige personajes que asemeja al espectador pero con problemáticas diferentes. Lo sabemos, también es evasión. Hace años leí en un estudio que los personajes actuales de las series norteamericanas obtenían ingresos ocho veces superiores a los del ciudadano promedio.

Los guionistas no perfilan personajes que se juegan la vida para evitar el pago de cien euros a un cerrajero o tener que comprar una puerta nueva. Esta escena, sin embargo, no sorprendió a los que conformaron el remolino en La Rondilla. Cada cual se vio así mismo colgado e inmediatamente comprendió lo que sucedía. Los que siempre están atrás, no se pueden quedar atrás. Vivir al límite en un barrio significa otra cosa que en el cine.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 25-10-2022

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