No sé si queriendo o sin querer, pero el mundo del fútbol innova sus armazones narrativos. De aquellos partidos dispuestos en estructura lineal, sustentados en un clásico armazón narrativo, ceñidos a su introducción, nudo y desenlace, hemos alcanzado relatos que avanzan sin que se muestren los elementos que propician los giros de las tramas.
Naturalizamos que el juego del equipo mejor intimide y que de esta manera termine imponiéndose. No nos sorprende (al menos mucho) que el equipo peor considerado derribe con un disparo de su honda al gigante. Esperamos, en caso de que los contendientes dispongan de fuerzas similares, una batalla cuerpo a cuerpo. Nos cuadra que el que vaya ganando se atrinchere para guardar su viña; que, en caso de empate, ambos entonen un temeroso 'virgencita, virgencita, que me quede como estoy'; que el necesitado de gol abalance sus huestes de forma temeraria, al fin, de perdidos al río.
Pasma, sin embargo, que un equipo, el Pucela, inmisericordemente zarandeado por el Betis durante veinticinco minutos, resurja de sus rescoldos, muestre las heridas restañadas y se erija en déspota del juego. Así, sin tramite intermedio aparente, siendo el Pucela el mismo Pucela, el Betis idéntico Betis, lo que pudimos observar desde entonces parecía otra historia radicalmente opuesta a la relatada hasta ese momento. La introducción carecía ya de sentido, el nudo estaba pendiente de amarrar. El desenlace llegaría porque no le quedaría más remedio que llegar. Las dos partes de esta primera mitad recordaban la película coreana 'La doncella' (Park Chan-wook), la española 'La noche de los girasoles' (Jorge Sánchez-Cabezudo) o la francesa 'Solo las bestias' (Dominik Moll), cintas que reparten su metraje en retazos construidos desde la observación de cada personaje, que otorgan un papel protagónico al propio punto de vista, que dosifican la información porque ninguno tiene todas las perspectivas desde las que se afronta un deteminado hecho.
El Valladolid, o el Betis, actuaron como protagonistas y secundarios en según qué parte. Ofrecieron lo mejor y lo peor de sus catálogos. Quizá sea porque son dos equipos que viven de querer, que se construyen sobre la acción, que pretenden conseguir lo que corresponda por méritos propios, no limitándose a aprovechar errores ajenos. Huelga decir que el Betis cuenta con varios jugadores bonitos de ver, Canales, Fekir, Luiz Henrique... Jugadores que, tal vez por ello, pecan de inconsistencia, de cierta irregularidad. Alcanzan lo sublime y en un pispás desaparecen. O peor, la traman gorda. El pucelano Kike es de esta ralea. Sus debes le penalizan en exceso. Lanzarse desde tu campo a la aventura sin la espalda cubierta invita a un francocontraataque. Ni dos minutos y el Pucela ya caminaba en desventaja. En lo que destaca, es un futbolista supremo. Correr con la cabeza erguida, con el balón cosido al pie, y elegir para lanzar el pase el momento preciso y el lugar adecuado avala la pericia de muy pocos y sirve para propiciar ventaja al delantero. Empate, el equipo crecido y una hora por delante. Empate con remate preciso de un Larin que acababa de errar una mucho más sencilla. Puro Salinas. Promete mucho –mucho más que gol–, muestra una buena gama de recursos, veremos cuánto se concreta.
Un error bien castigado en el tiempo de efervescencia, cuando más duele porque el capítulo está por concluir, puso la guinda a la primera mitad. Y al partido, porque la segunda volvió al patrón clásico de intentar (desarrollo) y no conseguir (nudo). Esta vez, en el desenlace murió el bueno. Con las botas puestas, eso sí. Pero con Masip en la enfermería. Semana de angustia.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 19-02-2023
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