Supongo que aún existen colecciones de cromos de la liga de fútbol. En el pretérito (casi) perfecto en que fui niño me afanaba por completar la colección, pero no me resultaba sencillo, mi presupuesto era demasiado exiguo y entraban muchos 'repes' que tocaba cambiar mediante aquella liturgia que dividía los que te ofrecían en 'silo' (tengo) y 'nolo'. Un año estuve a punto de lograrlo, solo uno se me resistió, el del chileno Carlos Caszely, a la sazón jugador del (entonces) Español.
Según escribo su nombre me percato del casual sentido de la oportunidad, se cumplen cincuenta años de la noche que ensangrentó las calles de su Santiago natal; a la mañana, el medio siglo de que las ondas emitidas por Radio Magallanes certificasen el testamento de Salvador Allende: «Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano». Noche oscura para un Caszely erigido en defensor del gobierno derrocado.
Posteriormente, henchido de dignidad, negó el saludo al dictador en el acto de despedida de la selección chilena que partiría hacia Alemania para disputar el Mundial 74. Razón añadida para ser excluido del combinado nacional en el tramo de clasificación para el Mundial siguiente, el de Argentina. Pues bien, Caszely, nolo. De lo que nunca andábamos escasos era de los cromos que había que colocar en las dos últimas páginas bajo el epígrafe 'últimos fichajes', ahí se amontonaban jugadores recién llegados –pocos en aquella época– con los que durante el estío –sin fútbol de por medio, aclaro– cambiaban de club; jugadores estos que, páginas atrás en el mismo álbum, aparecían uniformados con la camiseta del club de partida.
Vaya, que Sergio León luciría de blanquivioleta en un espacio propio y, ya de franjiverde, compartiría hueco con otros futbolistas recién mercadeados. El casual sentido de la oportunidad obró que la primera visita con su nuevo club le acercase al estadio que acababa de ser suyo. La maldición pucelana consumó la fatalidad (prevista, por eso es fatalidad): un gol que arrumbaba el triunfo aparentemente cercano, más aún tras la expulsión de Mario Gaspar; un gol afilado, dañino, precisamente por clavarse cuando desde la cofa del barco se vislumbraba ya tierra; un gol triste, calamitoso, por la hechura: desconcierto, descoordinación, malas decisiones y una concatenación de errores groseros de John en su salida. La descoordinación entre él y Juric, otros dos cromos apiñados en la galería de últimos fichajes, dos jambos que miran desde arriba, dejó espacio al listo León. Congeló las sonrisas. John, apunto, es harto peculiar para cuajar en un ambiente tan hierático como el de nuestra Castilla. Portero de paradas sublimes y errores groseros. Será puerta grande o enfermería.
Antes de ese gol, Pezzolano ya nos había sorprendido con la alineación y la supuesta disposición táctica. Después, con la falta de recursos más allá del apelotonamiento de jugadores en busca de un milagro. Lleva tiempo aquí, pero todavía mira con el despiste de quien acaba de aterrizar, camina con el desconcierto propio del jet lag. Y lejos de atemperarse, se agrava. ¡Ay!
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-09-2023
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