Entre esas clientas ante las que el deber le impostaba una sonrisa se encontraba doña Vicenta, memorable Rafaela Aparicio, la dueña de una vaquería que acudía cotidianamente a la sucursal para ingresar notables cantidades. Una mañana de tantas, ufana con su taco de billetes, pese a su torpeza, abrió con la arrogancia de un vaquero bamboleando la puerta del 'saloon'.
–Buenos días, sr. Galindo.
Galindo replicó con gesto de cordialidad fingida, de obligada cortesía.
–Buenos días, sra. Vicenta, sí que ha madrugado Ud.
Tras relatar esta sus temores nocturnos provocados por la tenencia de tanto dinero en su casa, Galindo, socarrón, le da coba.
–Va bien la vaquería, ¿eh?
Ella, halagada, atildada de falsa modestia, agrandada, entra al trapo.
–No me puedo quejar, cada día hay más clientes.
Galindo clava el estoque.
–Y menos vacas, pero mientras sigan haciendo pantanos...
No sé de qué embalse succiona Pezzolano el agua que arroja en las cántaras para diluirlo con la leche, el caso es que, sin que adivinemos cómo, sin que el juego parezca vaca suficiente, la lechera ha contabilizado por quinta vez consecutiva el tope de tres puntos que cada recipiente puede acopiar.
Cabe otra opción: tal vez el presente nos regale un visionario cuya mirada alcanza a ver lo que los demás solo podremos observar pasado algún tiempo. Visto así, tal vez, la alineación que expuso ante el Mirandés tenía como objetivo el embeleco, hacer creer que ese era su plan y, de esta forma, aturdir al rival ofreciendo un fútbol que, como el queso de Burgos, ni era queso, ni de Burgos. Rectificando, pensamos, acertó. Y no. Pezzolano lo tenía previsto. El rival, abstraído por su ventaja, caería en su propia trampa. Un movimiento en la banda hizo creer que Sylla sería sustituido. La desatención del Mirandés al que se iba a marchar propició que su pie anotara el empate. Pezzolano triplicó la apuesta. Sylla permaneció en el campo, André seguía por ahí, Cédric salto al verde por Juric. Tres delanteros centro, como si la URSS baloncestística de los ochenta jugara a la vez con Sabonis, Belostenny y Tkachenko. El despiste defensivo perduró. La cabeza del senegalés anotó el tanto de la remontada. Cuando parecía que sí, fue no; cuando que no, ocurrió que sí. Poca cosa para un genio. El 90 es pronto para celebrar. Para multiplicar el éxtasis convenía dejarse empatar, que volviera a parecer que no para que el sí reventase los cimientos de Zorrilla.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 08-10-2023
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