A priori. Al menos hasta que, aguzando el oído, escucho
alguna velada amenaza, bien en ese mismo espacio de concentración, bien en boca
de los convocantes. Si alguien perorando suelta aquello de “estoy dispuesto a
derramar hasta la última gota de mi sangre”, mi intérprete mental se activa y
deja patente que es mi sangre y no la suya la que el sujeto está dispuesto a
derramar para alcanzar sus propósitos. Si algún líder expone la imagen del
presidente del gobierno colgado de los pies por una masa enfebrecida, mi
traductor indica que el orador está proyectando en el pueblo su deseo.
Dudo entonces si los mismos hechos, idénticos retratos,
gestos aparentemente similares, planteados en momentos diferentes, emprendidos
en distintas circunstancias, ejecutados con desigual animosidad, pueden recibir
una valoración parecida o si, pese a la semejanza, no tienen nada que ver dada
mi certeza de que aquellos culminaban en sí mismos y estos se presentan como
plataforma de lanzamiento a no (o peor, sí) se sabe dónde.
Como efecto secundario, además, los manifestantes consiguen
que el gobierno al que cuestionan se sepa autorizado para obrar como le plazca porque
parte de la población reprime su capacidad crítica al asumir que la alternativa
es peor.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 19-12-2023
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