A lo largo del siglo pasado, en nombre del desarrollo, la piqueta se ensañó con el patrimonio arquitectónico vallisoletano, con el de casi todas las ciudades españolas, pero de forma significativamente cruel con el de Valladolid, población donde un inventario de sus edificios históricos derruidos ofrecería la posibilidad virtual de pasear por un espacio que, siendo el mismo, resultaría absolutamente ajeno. De la misma manera, al patrimonio afectivo personal lo demuele el maldito tiempo con una piqueta que exhibe con fruición. Cumplida determinada edad, al caminar por donde se ha desarrollado la propia vida, el cuello gira maquinalmente y dirige los ojos hacia un sinnúmero de establecimientos que dejaron de ser; la imaginación entonces vuela para recrear escenas, para abrazar a los protagonistas que se alejaron, para añorar a los que de seguro ya no podrán volver. Desde el Rosarillo a San Miguel, desde cualquier punto de la calle San Blas, busco indefectiblemente 'El Pala', al Javi tierno y gruñón que una mañana otoñal del 96 colgaba la porra navideña en la que sorteaba una caja de vino, un jamón y, sobre todo, sobre todo pese a haber escrito 'jamón', un cuadro de Manolo Sierra. Me encontré la potestad de elegir el primero: «apúntame el 69». Javi sonrió picarón mientras me anotaba: «ya, ya». «Es el año en el que nací, malpensado de las narices». Tal vez no fuera 'narices' la parte anatómica aludida. Al día después, nada más entré, se me acercó discreto: «Joaquín, verás, no te importará –titubeaba trémulo– escoger otro número, es que una vecina que todos los años...». Le corté: «qué más da, como si algún número tuviera más posibilidades que otro. Ya que no el año, el día; nací un tres de agosto, ponme el 38». Como es de suponer, la lotería de Navidad volteó los números de aquel año 96: «yo qué iba a saber –se disculpaba Javi–». Desde entonces, el 69 tiene una deuda conmigo. El 38 se me quedó mirando con cara de tonto. Tampoco tenía la culpa, pero... Hasta hoy, que me ha resarcido. Gracias al acúmulo de bajas en la delantera, el escalafón le ha agasajado a Salazar con la posibilidad de jugar en el primer equipo. Su dorsal, efectivamente, el 38. A propósito del partido de Copa y ante la ineficacia de Cédric, entendí que Pezzolano habría de testar a un Salazar fogueado en contiendas de otro nivel; supuse, claro, que en lo venidero el Pucela habría de encomendarse a los hados. Planteaba entonces en un grupo de Whatsapp un juego de palabras: Salazar=sal, azar, y a ver qué pasa. El entrenador apostó al 38, el azar salió y pasó que consumó la remontada.
Antes, Juric alzó al Pucela al escalón del empate rematando de cabeza un saque de banda. Trajo a colación, también para los talluditos, la charla de Benito Floro 'La importancia del saque de banda en el fútbol de ataque'. La piqueta mediática madrileña pretendió abatirlo por ella mediante el escarnio. Por su apostura y su ademán de maestro de escuela, le trataron como a un Paco Martínez Soria con ínfulas. El de provincias sabía de qué hablaba.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 09-12-2023
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