domingo, 18 de febrero de 2024

CAMBIAR PARA CAMBIAR

Los vientos de la historia agrietan, resquebrajan y derriban las estructuras construidas en el pasado. En su caída, los muros aplastarán a quien, por poderoso que sea, se ampara bajo su sombra pretendiendo que la antigua solidez se mantenga incólume. En las semanas previas al comienzo de las algaradas que desembocarían en la Revolución francesa, en la corte de Luis XVI nadie podía vislumbrar los acontecimientos que provocarían el hundimiento de una visión del poder, de un régimen agonizante; ninguno comprendía que se estaban escribiendo los renglones de la posdata de una época. El epítome lo conforman las palabras que el pueblo atribuyó –las pronunciara ella o su antecesora María Teresa de Austria– a la reina consorte, María Antonieta, al ser prevenida por algún consejero – «Majestad, no tienen pan»– de los lamentos, silenciados por los muros del palacio, de una población devastada por la hambruna: «Que coman pasteles».

Mantenerse en el poder requiere interpretar el sentido de los tiempos a la manera de los marineros que han de disponer las velas de su barcos para que el aire les propulse. Desde esta perspectiva cobra sentido la conocida conversación del príncipe Fabrizio de Salina con su sobrino Tancredi en 'El gatopardo', el clásico escrito por Giuseppe Tomasi di Lampedusa. El primero reprende al joven impetuoso que se alista en las tropas del Risorgimento.

–Estás loco, hijo mío. ¡Ir a mezclarte con esa gente! Son todos unos hampones y unos tramposos.

Tancredi, sabedor de su privilegiada posición, sonríe condescendiente.

–Si allí no estamos también nosotros, esos te endilgan la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?

Se explicó, a la par dando y quitando la razón a su tío, con absoluta nitidez: morirán ellos, seguiremos siendo dueños de vidas y haciendas mientras, ilusos, nos jalean.

Pezzolano ha derrocado el antiguo régimen de Pezzolano. De repente, en Gijón, todo cambió. Queda la duda de si no será más que una artimaña de supervivencia. La primera impresión, si no nos dejamos arrastrar por el lampedusiano empate, permite albergar esperanzas: el resultado fue el mismo, pero sería ventajista apuntar que nada cambió. Salvo el lapsus del comienzo de la segunda mitad cuando la certeza de la necesidad gijonesa se impuso a la pucelana duda entre nadar y guardar la ropa, el Pucela impuso juego y calidad al rival. La vuelta de Juric, la calidad y el atrevimiento de los nuevos, la presencia de, al menos, un extremo en su banda natural, elevan el nivel, reverdecen las esperanzas.

Tal vez Pezzolano nos haya engañado y en su diseño de la temporada, en sus incomprensibles decisiones, escondía un plan que contemplaba no desgastar sus herramientas para que en la parte final pudiera disponer de todas ellas sin rasguños. Como, al aportar su donación, le dijo una vecina a George Bailey en 'Qué bello es vivir': «Guardaba este dinero para divorciarme si alguna vez encontraba marido». El ahorro de Pezzolano está a tiempo.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-02-2024

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