domingo, 25 de febrero de 2024

NO CREA NI LA MITAD DE LO QUE VE

El listón de la humana confianza nunca estuvo situado demasiado arriba. Sospechar de las intenciones ajenas se considera un signo de inteligencia que legitima para reprender al crédulo advirtiéndole del riesgo de pasar 'de bueno a bobo'. A poco que surgiera la ocasión, sea cuando el 'perspicaz' se enfrentaba a un conocido incauto lamentándose de algún engaño, burla o estafa, le refería el chascarrillo del padre que, tras colocar a su hijo de pie sobre la mesa, le ofreció los brazos dispuestos para recogerle y le pidió que se lanzase a ellos. La criatura, segura, protegida, sin temor alguno, se arrojó contra el pecho paterno. El padre, entonces, se apartó permitiendo que el cuerpecillo infantil se estampase contra el suelo. El gimoteo del chaval, amalgama de dolor y desconcierto, fue abruptamente reprimido por el padre: «aprende, hijo;así es la vida, no te fíes ni de tu padre», y se marchó.

Edgar Allan Poe sublimó el arte de la desconfianza:«cree la mitad de lo que ves y nada de lo que escuches». No solo recela de los demás como un Santo Tomás cualquiera, «si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré», Poe acepta el envite y dobla la apuesta, teme que le engañen hasta sus propios ojos. No es suficiente observar un hecho para garantizar alguna certeza porque la propia visión altera las circunstancias, modifica el panorama. Yo pensaba que los conductores apenas proferían improperios a quienes nos desplazamos en bici porque en muy escasas ocasiones, las calificaba de testimoniales, alguno me había insultado. Escuchando a otros pedaleros –y sobre todo a otras– me pasmé de la frecuencia con la que afirmaban recibir vilipendios. Al plantear mi experiencia opuesta indagando una explicación, la encontré donde menos lo imaginaba, en mi propio cuerpo: «a ver quién se va a atrever de primeras a meterse contigo». Vaya, que eran mis diez arrobas largas las que imponían respeto al principio de indeterminación de Heisenberg al encasquillar con su sola presencia más de una boca previamente dispuesta a soltar sapos y culebras.

Advertidos están, no me crean si no quieren pero les cuento que el Pucela se impuso con claridad al Oviedo; que, yendo contra su propia idiosincrasia afligida y doliente, se evitó sufrimientos estériles sentenciando el partido en menos de una hora; que los extremos recién incorporados y la decisión del desempeño de Amath en la banda diestra generaron, además del peligro constatado, una contundente sensación de amenaza que atemorizó e indispuso a los carbayones; que Pezzolano, sea por convicción o casualidad, parece haber dado con la tecla... No me crean si me lo escuchan (leen), y solo la mitad si lo han presenciado, más que por alentar suspicacias para evitar venideras decepciones, que el fútbol es muy traidor y enseguida nos ilusiona. Y si interiorizamos que el cambio llegó a tiempo. Y si comprobamos que el calendario acompaña, que solo queda rendir visita a uno de los doce primeros. Y si, y si, y si… No, de verdad, no me crean. O sí.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-02-2024

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